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Orquesta Barroca de Sevilla | Crítica

Galas del Barroco tardío

Mercedes Ruiz como solista con la OBS en el Espacio Turina.

Mercedes Ruiz como solista con la OBS en el Espacio Turina. / Luis Ollero

En los seis años que pasó en la corte luterana de Cöthen, Bach escribió mucha música para la excelente orquesta del príncipe Leopold. El concierto era un género de moda y lo seguía siendo cuando más de una década después el compositor dirigió al Collegium musicum de Leipzig. Muchos de los conciertos de Cöthen se han conservado en la forma que Bach les dio en Leipzig para uno o varios claves solistas. Desde hace años se han propuesto reconstrucciones de los supuestos originales. Tres de ellas formaron parte de este primer concierto de la temporada de la OBS en el Espacio Turina.

Y el conjunto decidió entregarlos a sus propios músicos. Jacobo Díaz tocó el BWV 1055 en versión para oboe d’amore, Leo Rossi, el BWV 1056 para el violín, y ambos el BWV 1060 en la más habitual de estas soluciones,  como un Concierto para oboe y violín, que se ha hecho incluso más popular que la versión conservada para dos claves. En la música de Bach, la OBS mostró una notable transparencia de texturas orquestales (las violas siempre presentes), un bajo continuo de un asiento y un peso extraordinario (los dos violonchelos junto al contrabajo y el clave aportaron una base soberbia al sonido global del grupo) y un fraseo en general equilibrado y sereno, más pendiente del empaste y la línea que del contraste.

Pese a que al principio algún trino resultó algo deslucido y pasó un pequeño apuro justo en la cadencia final del movimiento lento de BWV 1060, Jacobo Díaz cumplió con interpretaciones de fraseo sinuoso, elegante y musical. Leo Rossi fue de menos a más en BWV 1056: su sonido resultó algo inclemente (incluso con notas chirriantes) al principio, pasó luego por un tiempo lento muy plano, pero su arco acabó por soltarse en un final de apreciable ligereza. Mucho mejor en BWV 1060, donde pareció convenirle compartir el protagonismo con el oboe.

De cualquier forma, lo mejor vino con las otras dos obras del programa. El Concierto para violonchelo RV 417 es una de esas obras del Vivaldi maduro en las que la habitual vitalidad rítmica del veneciano se compensa con un privilegio de las sonoridades graves y la expresión más melancólica. La OBS logró una interpretación matizada y variada, gracias a algunas decisiones interpretativas que resultaron extraordinariamente eficaces: la sustitución del clave por un órgano en los dos primeros movimientos enfatizó aún más ese colorido tenue, otoñal de la música y el contraste con el clave al final resultó muy favorecedor. Además Mercedes Ruiz supo administrar maravillosamente los matices expresivos de la obra, del tono doliente del arranque al exultante del final, y dejó un Andante (acompañado solo por el continuo) absolutamente inolvidable, por la desnudez y la limpiezas de un sonido ornamentado con exquisitez (delicadísimos trinos, toque de vibrato).

También funcionó estupendamente el Concierto para flauta Wq.22 de Emanuel Bach, obra larga, compleja, en la que la forma clásica apunta ya desde los esquemas aún barrocos, con un movimiento final lleno de síncopas y de agitación típicamente Sturm und Drang. Desde el principio la OBS había decidido apoyarse más en los acentos, en los ataques y resultó de ello una versión más movida y contrastada, que en su final se hizo aristada, pero todo ello sin perder ni el empaste ni la claridad textural del resto del recital. Rafael Ruibérriz dio además nueva muestra de su actual excelencia por la delicadeza del sonido, la capacidad para hacerse oír por encima del conjunto y una dulzura en la misma boquilla que fue especialmente apreciable en un excelente tiempo central, interpretado con oscilaciones de tempo de gran expresividad y en el que el flautista sevillano tuvo la ocasión de mostrar, en su pequeña cadencia, un toque de refinadísima sensibilidad y buen gusto.

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