Oniria | Crítica

Erudita defensa del mestizaje

Daniel Anarte, M;anuel Quesada, Carmelo Sosa y Eugenio García, Oniria en el Alcázar.

Daniel Anarte, M;anuel Quesada, Carmelo Sosa y Eugenio García, Oniria en el Alcázar. / Actidea

Descartada desde hace tiempo la fantasiosa etimología que Blas Infante atribuía al flamenco (y con la etimología, su origen en los moriscos peninsulares), se afianza entre los estudiosos la idea de un flamenco de cuna mucho más moderna, conectada con las danzas del Barroco, de naturaleza esencialmente mestiza. Pero Oniria quiso remontarse en el tiempo y justificó su recital en una supuesta búsqueda de raíces flamencas en el mestizaje de la España de las Tres Culturas, aunque esas raíces no acabaran de aparecer por ningún lado, más allá de cierto énfasis en el ritmo de la bulería en las Tres morillas.

Oniria es uno de los grandes conjuntos españoles de ministriles y no necesitaba justificar en este tipo de mixtificaciones (enlazadas además con el Centenario del Concurso de Cante Jondo de Granada) su concierto, que fue muy corto, por otro lado: la parte puramente musical no llegó a la media hora de duración, propina incluida. El conjunto compareció como trío de sacabuches con percusión con arreglos de viejos romances recogidos en los cancioneros españoles y los libros de vihuela del Renacimiento, de canciones sefardíes y de algunos fragmentos de nubas andalusíes, un repertorio que el director y dos de sus compañeros fueron presentando pieza a pieza con comentarios de una erudición algo excesiva para el popular ciclo del Alcázar.

Si el tipo de formación limitaba la polifonía a las tres voces (las habituales en las canciones de Juan del Enzina, por otro lado), el grupo, apoyado en una percusión más esencialista que sofisticada, presentó un trabajo de profundización musical intenso, con notable variedad en el tratamiento de las piezas (en algunas de las más populares, como las Tres morillas o Paseábase el rey moro, un solista expuso la melodía, antes de penetrar en su textura polifónica), que en general se ofrecieron con gran riqueza ornamental, extraordinaria claridad, buen equilibrio y un apreciable virtuosismo, especialmente en las glosas que el sevillano Carmelo Sosa, miembro también de Ministriles Hispalensis, dejó con su sacabuche alto.

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