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Orquesta Barroca de Sevilla | Crítica

Pasaje galante a la isla del placer

La OBS en la Anunciación.

La OBS en la Anunciación. / Luis Ollero

En 1717, Antoine Watteau pintó su célebre Peregrinaje a la isla de Citerea y Johann Sebastian Bach entró en Cöthen al servicio del príncipe Leopold, para quien escribiría la mayor parte de sus piezas para conjunto instrumental conocidas (algunas por versiones más tardías). Citerea era la isla mítica del amor y de los placeres y sin duda que Leopold de Anhalt-Cöthen, entregado melómano, disfrutaría placenteramente del talento asombroso de su nuevo maestro de capilla.

Como inauguración del curso universitario, la OBS ofreció un concierto con obras pensadas para el solaz, el divertimento y el placer de los sentidos, como tratando de hacer que los espectadores se sintieran transportados a Citerea. Fue un repertorio muy bien conocido y que el conjunto ha tocado ya en diferentes acoples muchas veces. Esta vez, con una formación de doce miembros, puede que la más sevillana que yo recuerde en los últimos tiempos, empezó con un Concierto para flauta de Telemann, marcado por un estilo interpretativo relajado e intimista, construido desde la frase y el empaste más que desde el contraste y los acentos, bien destacadas sus galantes melodías. Rafael Ruibérriz mostró ya un sonido elegante y bien integrado en el conjunto de cuerda, aunque la sonoridad del traverso es la que es, suficiente para mí, privilegiado espectador de la segunda fila, pero no sé si quienes estuvieran más atrás de la sexta o la séptima podrán pensar lo mismo.

Siguió una curiosa Sonata haendeliana, un auténtico pastiche construido con fragmentos de obras anteriores (óperas en su mayoría), que fue ofrecida en su versión a cuatro (con una parte de viola añadida a los dos violines y el continuo de la versión más habitual), escrita en una mezcla de estilo italiano y francés y en la que el sonido de la OBS evolucionó de una cierta pesantez en el arranque a la ligereza del minueto final, con especial mención a un intenso Passacaille (originalmente fue escrito para Radamisto) en el que ya se hizo del todo patente que las puntuales flaquezas del conjunto no afectaron en absoluto a un bajo continuo extraordinario, capaz de otorgar carácter a cada movimiento con la combinación de fuerza, precisión, flexibilidad y volumen necesarios. Escribamos sus nombres: Mercedes Ruiz, Ventura Rico y Alejandro Casal. Sobre esa roca se pueden edificar iglesias.

Y luego Bach. Irreprochable interpretación de la popularísima Suite nº2 a voz por parte (el continuo no varió, pero se adecuó maravillosamente al más reducido contingente del tutti) en la que ese estilo de frases sinuosas y bien empastadas de repente viró en una Polonesa de articulaciones netas y ataques vehementes. Ruibérriz otorgó color a la obra doblando al primer violín cuando correspondía y se adornó con la elegancia ya conocida en sus partes más virtuosísticas, sacando en la Badinerie final no sólo una prodigiosa articulación de los pasajes más inverosímiles, sino unos ornamentos en el mismo bisel del instrumento de encantador efecto.

Al final, en el Concierto para dos violines, la OBS hizo alarde de músculo poniendo como solistas a dos violinistas que normalmente trabajan como tutti del conjunto. Miguel Romero y Rafael Muñoz-Torrero asumieron la tarea con absoluta normalidad, y ofrecieron una impecable interpretación volcada hacia lo sensual y lo lírico, que los viajeros embarcados a Citerea habrían apreciado sin duda como ideal acompañamiento para sus lances galantes. Misión cumplida.

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