La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Sánchez entra en los templos cuando quiere
En Arte de la pintura, Francisco Pacheco destaca como digno de alabanza el que Durero, el más destacado de los artistas del Renacimiento alemán, nunca hubiese mostrado "los sacratísimos pies de María" y añadía: "Gracias sean dadas a la Santa Inquisición, que manda corregir estos atrevimientos". La cita de quien fuera veedor de pinturas de la época es apenas un detalle de cuantas recomendaciones, doctrinas y principios aporta el célebre ensayo, una guía para pintar con decoro determinados temas -principalmente, las estampas religiosas-, además de una suerte de tratado técnico y una reivindicación de la dignidad del oficio y su adecuación a la doctrina. El documento, que compila escritos previos a Arte de la pintura como Tratados de erudición de varios autores(1601), que versaba sobre cómo pintar la Circuncisión y el Bautismo de Cristo, entre otros temas, fue redactado entre 1632 y 1638 pero finalmente vio la luz en 1649, ya a la muerte de su autor (Sanlúcar de Barrameda, 1564 - Sevilla, 1644). Y, pese a que han pasado casi cuatro siglos desde su publicación, continúa siendo un manual necesario para "la historia y el estudio de la escuela pictórica española" y en el apartado técnico un documento único "para conocer los pigmentos, procedimientos y disposición de los lienzos", investigaciones necesarias, por ejemplo, a la hora de intervenir y restaurar obras de pintura antigua, valora Valme Muñoz, directora del Bellas Artes de la capital andaluza.
La primera edición de la obra, publicada en Sevilla por los talleres de Simón Fajardo y conservado en la Biblioteca Nacional de España (BNE) como una de sus joyas más valiosas, visita hasta el próximo 9 de diciembre, como ya adelantó Diario de Sevilla, el Bellas Artes dentro del programa Otras miradas, con los que la institución madrileña celebra sus 300 años. Un tricentenario en el que la BNE ha querido salir al encuentro de una treintena de grandes centros del arte y el saber de nuestro país para entablar un diálogo con algunas de sus piezas maestras. En Sevilla, Juan Manuel Bonet Correa, comisario de esta actividad que se ha llevado a cabo ya en el Museo del Prado, el Thyssen y el Reina Sofía, entre otros espacios, ha escogido el monumental lienzo San Hugo en el refectorio de Francisco de Zurbarán (Fuente de Cantos, 1598 - Madrid, 1664) para poner su escena y concepción en relación al tratado de Pacheco, que estos días descansa en una vitrina instalada en la sala X, en la segunda planta del antiguo convento de la Merced Calzada.
El profesor Benito Navarrete, autor de numerosos estudios sobre la obra del maestro extremeño, es el responsable de la reseña del tríptico disponible para estas Otras miradas en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, y precisa en su texto que "cuando en 1649 se publica Arte de la Pintura, Zurbarán ya había realizado los encargos que le habían dado fama en la ciudad de Sevilla y había dejado su huella en Madrid y Jerez". Navarrete precisa además que, sin embargo, Pacheco no cita en ningún momento en su ensayo el nombre del de Fuente de Cantos. "Ni una sola referencia hay a Zurbarán o a los artistas de generaciones más jóvenes en Arte de la Pintura, excepto -por razones obvias- a Velázquez [casado con una hija de Pacheco y discípulo en su taller]". Pese a la omisión de su nombre del libro, Navarrete sostiene que "Zurbarán debió venerar y respetar como maestro la autoridad doctrinal y pictórica de Pacheco" y telas como las de San Hugo en el refectorio (1655) y La Virgen de las Cuevas -o de los Cartujos- (1630-1635) y La visita de San Bruno al Papa Urbano II (1630), estos dos últimos también expuestos en la sala X y que proceden, como muchas obras del museo, de la Desamortización de 1840, "debieron pintarse bajo el conocimiento de las recomendaciones tanto iconográficas como técnicas del suegro de Velázquez".
Más allá de esta sala y de la obra de Zurbarán -del que Sevilla atesora un riquísimo catálogo- esta muestra temporal invita al recorrido por una colección fundamental para entender la grandeza e influencia en escuelas posteriores de los maestros del manierismo y el barroco, en los que el peso de la fe tenía un enorme protagonismo en sus producciones y también en sus vidas, de Pacheco a Alonso Vázquez, de Juan de Roelas a Herrera El Viejo, de Murillo a Valdés Leal. Una pinacoteca, al fin, tan necesitada de alianzas y de apoyo que, por modestas que sean las actividades propuestas, caso de ésta de la Biblioteca Nacional, propician el grato reencuentro con una de las instituciones más queridas de la ciudad y tantas veces olvidada por la desidia política.
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