Viaje al corazón de Brueghel, una obra maestra de visión obligada
Crítica 'El molino y la cruz'
El molino y la cruz. Drama, histórico, Polonia, 2011. 92 min. Dirección: Lech Majewski. Guión: Michael Francis Gibson y Lech Majewski. Intérpretes: Rutger Hauer, Michael York, Charlotte Rampling, Joanna Litwin, Dorota Lis. Producción: Lech Majewski. Música: Lech Majewski y Józef Skrzek. Fotografía: Lech Majewski y Adam Sikora. Vestuario: Dorota Roqueplo.
El Premio del Jurado obtenido en el Festival de Cine Europeo de Sevilla en 2011 y las buenas críticas recibidas allí donde se ha estrenado le han servido a El molino y la cruz para que llegue a nuestras pantallas de puntillas y dos años más tarde. Culpa, sobre todo, del público. O lo que es lo mismo: de la catástrofe educativa que ha privado al cine de las amplias minorías que entre los años 20 y los 70 hicieron posible pasando por taquilla -porque aquellas películas no estaban subvencionadas- el esplendor del cine europeo. Y a la regresión del público hay que sumar la agresiva ignorancia hacia la religión como fuente inspiradora de cultura y arte. El propio realizador lo ha dicho: "Es un hecho que lo políticamente correcto hoy es dar la espalda a lo religioso y que el cine huya de la espiritualidad. Esta Europa que rechaza sus raíces cristianas quiere lobotomizar su pasado".
El resultado es que una película tan genial como El molino y la cruz se estrena con retraso y de extranjis. Su autor, Lech Majewski, es un escritor, pintor, compositor, director teatral y realizador cinematográfico polaco de prestigio internacional. Su reconocida dedicación a la pintura (el Moma de Nueva York le dedicó una retrospectiva) y al cine le hicieron filmar en 2004 una película sobre El jardín de las delicias de El Bosco. Poco después leyó el ensayo sobre el cuadro de de Brueghel el Viejo Camino al Calvario de Michael Francis Gibson, El molino y la cruz, y decidió llevarlo al cine. ¿Cómo se lleva un estudio sobre un cuadro al cine? La respuesta inteligente, atrevida, con soluciones que sólo había entrevisto en Godard, Pasolini o Tarkovski, es esta película de desconcertante inteligencia, arrolladora belleza y profunda capacidad de conmoción.
Majewski se mete literalmente en el cuadro y, utilizando técnicas digitales, mete a Brueghel y a su época también en él. Es decir, filma al pintor extrayendo de la realidad los materiales con los que construirá el cuadro que, a su vez, se va convirtiendo en el mundo real. Se huele la podredumbre, la sangre, la corrupción, la muerte, la suciedad. Se siente la opresión de las guerras (España no sale muy bien parada, bordeándose el tópico de la leyenda negra). Se sufre el poco valor de la breve vida humana. La experiencia sensorial es absoluta porque a la fuerza de las imágenes, a la opresiva densidad de la dirección fotográfica de Adam Sikora y del propio Majewski (autor total que escribe, compone, fotografía y dirige esta película), hay que añadir un soberbio uso dramático del sonido. En el centro, el drama único de la Pasión de Cristo, representada anacrónicamente, como era habitual en el siglo XVI.
Nada de cuadro viviente. Por el contrario, cuadro vivo, vida del cuadro. Desde el principio la inmersión en el cuadro es sobrecogedora. Están preparando, con figurantes sobre un gigantesco decorado, la disposición de los personajes que pintará Brueghel. El propio pintor ayuda a disponer figuras y lienzos, moviéndose dentro de lo que será su obra. De ahí se pasa a la realidad de los Países Bajos en el siglo XVI. Y Brueghel se convertirá en el testigo tanto de la vida cotidiana como de las crueldades que representará en su obra. Majewski, como el propio Brueghel, concilia el realismo extremo con unas representaciones que, por la atormentada desmesura de su escala, parecen inspiradas en las visiones alucinadas de La torre de Babel o El triunfo de la muerte.
Todo -dolor y vida, muerte y amor, sufrimiento y redención, más la capacidad del arte para expresarlos- se funde en la pintura de Camino al Calvario, el alma de esta película que es un asombroso viaje al corazón de Brueghel. En el que Majewski se atreve a insertar unos extraordinarios monólogos de la Virgen María que sirven de marco doloroso a la representación de la pasión y muerte de su Hijo, magistralmente visualizadas y audazmente llevadas al límite del anacronismo. Digno de Pasolini: no se puede decir más.
El en principio extravagante reparto, que reúne a Rutger Hauer (Brueghel), Michael York (un coleccionista de arte) y Charlotte Rampling (la Virgen María), es un acierto. La interpretación de Hauer como Brueghel es conmovedora. El replicante, al fin, se hizo humano. Gracias a esta asombrosa obra maestra. Se puede correr el riesgo de decirlo ya: una de las grandes obras de la historia del cine.
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