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Visillo | Crítica de danza

Más palabras que caricias

Paloma Calderón, Sara Canet y Cristina Maestre en una de las coreografías de la pieza.

Paloma Calderón, Sara Canet y Cristina Maestre en una de las coreografías de la pieza. / Pablo Lorente

La sala B del teatro Central se quedó pequeña anoche para recibir el estreno andaluz del último trabajo de Baldo Ruiz, un bailarín querido y admirado en esta su ciudad, donde se formó y de la que tuvo que salir, como tantos otros, para forjarse una carrera.

Magnífico bailarín, como atestigua, además de los numerosos premios recibidos, su paso por compañías tan prestigiosas como la del belga Win Vandekeybus. Tras varios años en el extranjero, Baldo regresó para participar en aquel delicioso grupo de “hombres Marlboro” que reuniera la coreógrafa Isabel Vázquez y luego, con su propia compañía, obtuvo un gran éxito, ya junto a Paloma Calderón, con su pieza Cortejo.

Ahora, Ruiz se ha quedado fuera del escenario para plantear el tema del placer femenino. Un tema inmenso porque, de un modo u otro, ha afectado y afecta a las mujeres de toda edad y condición.

Con la complicidad de tres estupendas bailarinas, Baldo Ruiz asume la dirección y la dramaturgia y, con un equipo de buenos profesionales ha intentado abordarlo desde la investigación, las improvisaciones, algunas encuestas callejeras y mucho, mucho trabajo.

Pero quizá el tema sea demasiado amplio y complejo y los materiales –un gran miriñaque que preside la escena; una danza que va de la violencia inicial a la sororidad y de ahí a una danza expansiva casi acrobática; testimonios grabados y textos de las propias bailarinas- no logran adquirir la coherencia y la consistencia dramática que requiere todo espectáculo.

Juegan en su contra el exceso de penumbra, aunque se hable de placeres ocultos, la banalidad de los textos y, sobre todo, la uniformidad. Porque era el abanico de hombres diferentes lo que nos cautivó de la pieza que Vandekeybus dedicó a los varones. Y lo mismo de los hombres Marlboro.

Si algo hemos aprendido en estas décadas de feminismo es que no existen “las mujeres”. Existe Paloma, Sara, Cristina o Rosalía… Todas diferentes, al igual que su placer (hay quien llegó a él a través de sus pechos… o de los libros) y presentar a las bailarinas siempre vestidas iguales, con sus preciosas melenas y sus danzas al unísono no ayuda a conectar con su/nuestra intimidad.

Con todo, se aprecia el formato impecable y un esfuerzo que el público premió con grandes aplausos.

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