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‘Amazonía’. En el CAAC, hasta el 31 de octubre
A la ilustradora británica Margaret Mee, una de las primeras voces en concienciar con sus pinturas y acuarelas sobre la importancia de preservar la selva amazónica, le obsesionaba un propósito que tardó tres décadas en materializar, y para el que necesitó nada menos que 15 expediciones: retratar la flor de la luna, una especie fabulosa que sólo se manifiesta en su plenitud, durante unas horas, una noche al año. En sus viajes, Mee llegaba a este cactus que crece en los tramos más bajos del Río Negro, en Manaos, a destiempo: antes de que asomara la flor o cuando ésta ya se había desvanecido.
De esa hermosa búsqueda trata Margaret Mee and the Moonflower, una película de Malu de Martino que puede verse en Amazonía, una exposición que alberga el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo hasta el 31 de octubre y que vincula, en palabras de la secretaria de Innovación Cultural y Museos de la Junta de Andalucía, Mar Sánchez Estrella, "dos de las principales inquietudes del ser humano, la cultura y el medio ambiente", y que propone una llamada de atención sobre el deterioro irreversible que sufre la naturaleza.
El director del CAAC, Juan Antonio Álvarez Reyes, debatió largamente con la comisaria Berta Sichel el título que debía llevar la muestra. "Nos preguntábamos si en singular o en plural, con acento o sin él", recuerda. "Y al final optamos por Amazonía porque es la expresión que más se emplea en algunos países como Venezuela. Esta no podía ser una exposición organizada desde Europa en la que impusiéramos nuestro criterio. Exigía de nosotros otra actitud", dice sobre una cita que congrega a once creadores, la mayoría artistas latinoamericanos poco conocidos en España –aunque entre otros está el colombiano François Bucher, habitual de la galería sevillana Alarcón Criado, que aquí traslada la selva a la ciudad a través de una radio– y a autores europeos que se sintieron atraídos por la mitología y exuberancia del río Amazonas.
La venezolana afincada en Tenerife Nela Ochoa, la única artista que pudo asistir este jueves a la inauguración, lleva su interés en los estudios genéticos –otras veces se ha inspirado en su propio ADN y en cómo la violencia o las enfermedades se transmiten en la información molecular– a la tribu de los yekuanas, uno de los pueblos indígenas que sobrevive en la Amazonía. Su transcripción de una secuencia genética precolombina parece complementarse con los azulejos de la Capilla de la Magdalena donde se exhibe su obra.
Cada artista lanza una mirada distinta al considerado pulmón verde del mundo. Susana Mejía presenta una de las piezas más vistosas del recorrido, una instalación de más de 100 papeles realizados con pigmentos naturales, una obra en la que para la artista tan importante es el resultado como el proceso, en el que se apoyó en la sabiduría artesanal de la gente de la zona. En la misma sala, en la iglesia, el argentino Sergio Vega dispone una proyección sobre tela de un bosque de la zona de Novo Mundo ardiendo: las particularidades de la pantalla y la calidad del sonido adentran al espectador en la devastación que padece la naturaleza.
Álvarez Reyes cree que la historia familiar de la suiza instalada en Brasil Claudia Andujar, marcada por el exterminio del Holocausto, ha hecho más sensible a la artista con la amenazada cultura yanomami, a la que retrata. Barbara Brändli y Thea Segall Rubin también se acercan con sus fotografías a los indígenas venezolanos, mientras que Lothar Baumgarten lo hace con un par de filmes y unas diapositivas evocadoras. Junto al artista indígena Sheroanawe Hakihiiwe, que traslada la tradición del Alto Orinoco al acrílico, se muestra también la obra del colombiano Jonier Marín, que advierte del agotamiento de los recursos en la selva con inteligencia, trasladando la amenaza a otro escenario en una suerte de distopía en la que una savia verde invade las ciudades y los edificios.
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