Una antología recoge la poesía dedicada al agua

Emasesa presenta hoy esta compilación realizada por Francisco Vélez Nieto

B. Ortiz / Sevilla

17 de diciembre 2009 - 05:00

El escritor Francisco Vélez Nieto ha reunido en Las caricias del agua, un libro editado por Emasesa, un conjunto de poemas inspirados en el agua. A través de una amplia selección que abarca a unos 60 autores de diferentes épocas, latitudes y registros, el antólogo explora cómo la lírica ha asociado este líquido con la fecundidad, la belleza o la magia y ha elegido este elemento como símbolo de la comunión entre el hombre y la naturaleza. La publicación se presenta hoy, a las 19:00, en el salón de actos de Emasesa (Escuelas Pías, 1).

"A lo largo de la historia", apunta Vélez Nieto en el prólogo de la obra, "el agua ha sido el símbolo de la fertilidad, pues sin ésta nada vive o se regenera". Son muchas las voces que celebran esta vertiente fértil. "Cerca del agua te quiero, mujer, / ver, abarcar, fecundar, conocer", escribe Miguel Hernández en uno de los poemas recogidos en el libro.

Para Vélez Nieto, los poetas "se miran en los espejos del agua para inspirarse y cantarla pensando en sus pueblos y sus gentes". Villalón describe el Betis como "plateado. No es azul este río / porque el mar océano le mueve las entrañas". En un pasaje de Ocnos, Cernuda añora en los tramos del río "el tiempo de aquella juventud sonriente y codiciable, que llevan consigo, como si fuera eternamente, los remeros primaverales". Rosalía de Castro se despide de su entorno y enumera antes las corrientes que le han acompañado: "Adiós ríos, adiós fuentes, / adiós regatos pequeños". Y Gabriela Mistral asocia con su infancia "un blando país de aguas".

El agua, en el testimonio de Rafael Guillén, es una "metáfora de la vida, con sus sombras, / sus brillos, sus certezas y sus quimeras". En los retratos que se han hecho de ella, su flujo es portador de un hechizo intangible. "Lo que nace de fuente pura es siempre enigmático. / Al mismo canto apenas le es dado revelarlo", consideraba Hölderlin. Para Guy de Maupassant, un río encarnaba "la cosa misteriosa, profunda, desconocida, el país de los espejismos y las fantasmagorías, donde de noche se ven cosas que no son, donde se oyen ruidos que no se conocen".

El curso de las aguas desemboca a menudo en el romanticismo: en la antología se suceden las escenas donde el curso de un arroyo se acompasa a los corazones. "Sólo tu amor y el agua... El río, dulcemente, / callaba sus rumores al pasar por nosotros", cantaba García Baena. Pero también los líquidos conocen el desengaño, según García Montero, que asegura en versos suyos que "sólo la lluvia deja / una pasión equívoca / en el banco vacío de los enamorados, / sólo la lluvia olvida / mentiras de charol sobre las calles". Pero, desmarcándose de tanto sentimiento, la antología deja también espacio para el humor. "Supongo que había que inventar las camas de agua", opinaba Groucho Marx. "Ofrecen la posibilidad de beber algo a medianoche sin peligro de pisar al gato".

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