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El azar y su espejismo

Periférica publica La casa de papel, una nouvelle del escritor argentino Carlos María Domínguez, donde el autor rinde homenaje a un tipo de literatura conjetural y misteriosa que va de Borges a Roberto Arlt y Piglia.

El escritor argentino, afincado en Uruguay, Carlos María Domínguez (1955)
Manuel Gregorio González

15 de junio 2025 - 06:00

La ficha

La casa de papel. Carlos María Domínguez. Periférica. Cáceres, 2025. 112 págs. 13 €

Una mujer muere atropellada en Londres, mientras lee un poemario de Emily Dickinson. Al otro lado del mundo, un hombre destruye las paredes de su casa -una casa con muros de papel- en busca de un libro. Se da la circunstancia, quizá menor, de que aquel hombre predijo la forma en que la mujer moriría. Se suma a este hecho que el libro que buscaba el hombre se lo había regalado ella. El modo en que se hilan dichos sucesos excluye la maravilla y lo ilusorio. No obstante, la forma en que su autor expone los acontecimientos inclina su lectura hacia lo fantástico. Una fantasía, en todo caso, de clara inspiración borgiana (la biblioteca y su clausura infinita), en cuya formulación se halla el eco de dos autores británicos: el adoptivo Conrad y el nativo Conan Doyle.

El libro que sirve de base a este misterio es La línea de sombra de Conrad

El libro de que se sirve esta “nouvelle” es La linea de sombra de Josep Conrad; libro del que el propio autor excluyó la explicación sobrenatural, recordando que “el mundo de los vivos encierra ya por sí solo bastantes maravillas y misterios”. Dicha frase, sin embargo, cabe interpretarla como una versión ulterior de la técnica analítica de Sherlock Holmes: “Una vez descartadas el resto de hipótesis, la que queda, por muy inverosímil que sea, es la verdadera”. Advertidas estas similitudes, debe subrayarse que el tono infausto o preternatural que tiñe la obra es aquel que habían practicado Borges y Lugones (y Artl y Saer y Piglia de distinto modo), y cuya composición es la que nos dirige, de manera segura, a una solución incierta. El hecho de que el “misterio” que cimenta la nouvelle se derive de un libro, y que se halle vinculado a grandes bibliotecas y lugares remotos, no hará sino facilitar la sensación de extrañeza. La cuestión añadida de que sea el azar -un libro que se remite a una destinataria muerta en inusuales circunstancias- multiplica la posibilidad de lo extraordinario.

Lo extraordinario que se recoge en La casa de papel no es, en todo caso, un hecho infrecuente. La locura revelada en estas páginas, donde se consigna una persecución detectivesca, es fruto natural de un desencanto. Que el desencanto esté vinculado de algún modo a la erudición y el acervo universitario, favorece, por ello mismo, la idea de misterio. Un misterio, como ya se ha dicho, vinculado al acopio y la consignación del saber; pero, también, y por igual motivo, a aquella melancolía derivada del Génesis y el ávido conocimiento de los primeros hombres. Al cabo, La casa de papel es una renovación, en absoluto alegórica, del viejo tropo de la curiosidad humana que se sustancia en Prometeo y su apropiación del fuego. De ello se derivará, ineludiblemente, una pueril aspiración a lo absoluto donde el conocimiento, donde la erudición, donde la radical humanidad del hombre, vivan a salvo de la caducidad y el arbitrio.

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