De caballos etéreos y música visual

Carla Carmona

06 de noviembre 2011 - 05:00

Seydou Boro/ Salia Nï Seydou. Coreografía: Seydou Boro. Bailarines: Bienvenue Bazié, Nadia Beugré, Seydou Boro, Lauriane Madelaine, Marjorie Moy, Ousséni Sako, Boukson Séré. Músicos: Sylvain Dando Paré, Dramame Diabaté, Tom Diakité. Lugar: Teatro Central. Fecha: Viernes, 4 de noviembre. Aforo: Mitad.

La propuesta coreográfica de Seydou Boro nos transporta a un mundo mucho más humilde que el humano. Estamos poco acostumbrados a observar cuerpos tan escultóricos como los que han galopado a ritmos tan diferentes en todas direcciones en el Teatro Central este fin de semana. Pero esta apuesta por un animal estrechamente ligado a la tradición no podía ser menos folclórica. Boro forma parte de esa nueva ola de coreógrafos africanos que se esfuerza por mantenerse alejada de todo estereotipo exótico.

Quizás lo más interesante de Le Tango du Cheval tiene lugar cuando los cuerpos corren libremente, alejándose así de lo humano en los términos de la octava elegía de Duino de Rilke. Entonces entran en juego repeticiones y paralelismos hermosísimos donde cada bailarín se mueve por su lado, como llamando la atención sobre la libertad impulsiva del animal, que no necesita refugiarse en interpretaciones. Los movimientos de los bailarines parecen notas desperdigadas en un pentagrama imaginario que se funde con las notas que los músicos, que tan exquisito papel juegan en la obra, arrancan a sus instrumentos. A esto contribuye la escenografía, principalmente el fragmento del tentadero donde los bailarines se cuelgan y bailan como notas que deseasen querer probar todas las escalas.

Boro se para en lo pequeño y esto se vuelve evidente, e incluso paradigmático, por el hecho de que son cuerpos majestuosos los que se detienen una y otra vez en movimientos modestos, aparentemente despreciables, que van cargándose de una belleza, nunca mejor dicho, animal: las manos-pezuñas devienen abanicos de todos los colores y estilos; los cuellos y sus crines en llanuras y mares inabarcables.

Sin embargo, a pesar (y partiendo) del virtuosismo de los cuerpos, se podrían haber perseguido más las posibilidades del lenguaje que es desarrollado a partir de la observación del animal, pues en ocasiones se queda en la mímesis y otras participa de una especie de contemplación que no termina de casar con el planteamiento general.

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