Centenario de Juanita Reina: Psicodrama
Cien años de Juanita Reina
En el año en el que la artista ha alcanzado el siglo, repasamos su repertorio para llegar a una conclusión: sus letras virtuosamente interpretadas aún son nuestra banda sonora.
Acabo de terminar la novela Un amor, de Sara Mesa, con la misma turbación que siente –o eso me figuro yo– todo el rato Nat, su protagonista. Imagino su monólogo interior (“¿Cómo ha podido pasarme esto a mí? ¿Cómo este amor o lo que sea que esto sea? ¿Qué me diste? ¿Qué te he visto? ¿Qué última habitación de la sangre, cortisol o dopamina me lleva hasta ti? ¿Dónde me deja esto y qué contemplo de mí misma desde aquí?”…), y se me antoja que soy capaz de entender –no hago espóiler– lo que ni ella misma entiende. Al instante se me viene a la cabeza una voz de copla. Conclusión: Juanita Reina sigue siendo banda sonora. O debiera, en plan catarsis, en este ridículo siglo de reguetón arrebujado con reels sobre red flags y otras mandangas de la falsa psicoterapia que despacha tanto bocachancla por TikTok e Instagram. Vindico sus temas de amor como sesiones de auténtico psicodrama. No para reincidir en novios chungos (aka relaciones tóxicas) sino para superarlos, y abrirse y abrigarse (ay, pastorcico) el pecho del amor tan lastimado.
Aprendí de las vecinas de mi casa de cuando chica a ponerme a Reina –entre otros grandes, como Bambino o la Jurado– para fregar. En esas letras virtuosamente interpretadas, coreadas por aquellas mujeres del pueblo en su soledad doméstica (hasta mi patio llegaban sus voces), había un gramo no sé si de liberación, pero sí de rebelión: la de soñar –mientras enjuagaban con genio los cacharros– la rienda suelta y, en ella, la pasión sin nombre, el gozo y la pena, la transgresión, la locura, la perdición. Yo soy esa, Y sin embargo te quiero, Me embrujaste, Veneno, En el último minuto…, hay coplas que tienen algo de canción protesta. Saben a desmandarse, por mucho que quisiera malversarlas quien mal mandaba.
Hay coplas que tienen algo de canción protesta. Saben a desmandarse
En los últimos tiempos cunden por las redes más vídeos de psicología barata que de cremas y afeites, que ya es decir. Ahí se ha contagiado mucha gente de nomenclaturas (contacto cero, hoovering, love bombing…) y recetas genéricas para asuntos complejos. Normal que luego comparezca la vida y nos quedemos con las patas colgando. Una meditación más lenta, experimentada e informada sobre lo que somos y lo que desde el fondo nos compone, nos mueve y nos avoca (esas cosas –válgame Carl Gustav Jung– a las que llamamos destino) tiene muy presente esa parte nuestra inconsciente que no entendemos: ¿Cómo ha podido pasarme esto a mí? ¿Cómo este amor o lo que sea que esto sea? ¿Qué última habitación de la sangre, cortisol o dopamina me ha traído hasta ti? ¿Dónde me deja esto y qué contemplo de mí misma desde aquí?
De todas las coplas de Juanita Reina me quedo con una de amor no correspondido, Dicen, un psicodrama barroco en el que Quintero, León y Quiroga dibujan la locura que a la alta dama doña Aurora le brotó cuando la dejó su novio y –el apogeo– el día en que él se casó con otra. Ya conocen la secuencia final: ella se viste de novia y, como una Soledad sin palio, procesiona por las calles de Sevilla. A su paso los chiquillos, “para burla de su amor, le tiraban papelillos y a puñaos el arroz”. Cada vez que la escucho, me transformo en la dama de honor de esa Aurora crepuscular. Hay en esa estampa un profundo duelo, tanto como liberación, expresividad, compasión, cosas de esas que reconocemos en la mirada cómplice de las amigas, las viejas, las sabias, y en la voz de seda de doña Juana.
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