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La ceremonia de las Olimpiadas

Cuatro horas de una espectacular puesta en escena, que impresionó al mundo.

Un grupo de bailarinas actúa durante el espectáculo previo a inauguración de los Juegos. / Frank May (STF).
Diego Arce

18 de marzo 2009 - 17:31

La ceremonia de inauguración de la Olimpíadas de Pekín (o Beijing) constituyó un espectáculo de cuatro horas de duración que impresionaron al mundo, por la espectacularidad de su puesta en escena en el Estadio Nacional de la capital china, conocido como Nido de Pájaro, y por la ilusión virtual que provocó su retransmisión televisiva. La fecha fue el 8 del 8 de 2008 a las 8 pm. Un sortilegio para convocar a la buena suerte, según la tradición de algunos países orientales.

La ceremonia contó con el preámbulo de un acto durante el que 28 grupos mostraron danzas folclóricas y étnicas chinas, seguido de una espectacular cuenta atrás, protagonizado por 2008 percusionistas de fou, antiquísimo instrumento de música tradicional, compuesto de arcilla y bronce, cuyo origen se remonta a la dinastía Xia o Shang (1600-1046 a.C.), que en esta ocasión estaban dotados de un marco luminoso de leds (diodos emisores de luz), produciendo un potente efecto al visualizarse los caracteres numéricos con una pasmosa sincronización.

En ese instante, en las pantallas de televisión de todo el mundo se pudieron ver cómo ascendían numerosos fuegos artificiales sobre diversas partes de la ciudad, que representaban las ediciones anteriores de los Juegos Olímpicos. En el Estadio, un grupo de niños, representando a las 56 etnias que conviven en China, acompañaron la entrada de la bandera nacional, mientras una bellísima niña entonaba la Oda a la Madre Patria.

La ceremonia dio paso a una impactante serie de representaciones de la cultura china. Una proyección simuló la apertura de un pergamino sobre el que unos bailarines simulaban el sumi-e, técnica de dibujo monocromático de origen japonés e introducida en China hacia el año 700, con una serie de movimientos de gran plasticidad, a los que siguieron alegorías a los grandes hitos de su historia, como la imprenta, la brújula, la porcelana, la Gran Muralla, la Ruta de la Seda, los guerreros de terracota, Confucio, el tai-chi o la ópera china.

El desfile de los atletas, interminable e inevitable en estas ceremonias, la entrada de la bandera olímpica y los discursos oficiales fueron el preludio del acto final, el encendido de la antorcha. Desde la flecha que surcó el aire en Barcelona 92, ya no se puede encender el pebetero de cualquier manera. En esta ocasión, el último testigo, el gimnasta Li Ning, fue izado sobre el techo del estadio y, sobre imágenes proyectadas del camino seguido por la antorcha desde Atenas abriéndose a su paso, fue recorriendo el perímetro del Estadio hasta encender la llama.

Pocas horas después se fueron conociendo algunos detalles de esta ceremonia, como que los fuegos artificiales que se encendieron por toda la ciudad estaban grabados de antemano por ordenador, y que la bella intérprete de la oda no cantaba en realidad, lo hacía en playback con la voz de otra, menos favorecida, o que los niños que representaban a todas las etnias pertenecían sólo a una. Detalles que no desmerecen el espectáculo dirigido por el prestigioso director de cine Zhang Yimou (1951), hijo de un soldado del ejército de Chiang Kai-shek, internacionalmente conocido por sus películas Sorgo rojo (Oso de Berlín 1988), La semilla del crisantemo (Mejor Dirección Cannes 1990), La linterna roja (1991, nominada al Oscar y prohibida en China), Qiu yu, una mujer china (León de Oro de Venecia 1992) o su más reciente La maldición de la flor dorada (2006). Su filmografía abunda en la recreación de personajes femeninos fuertes, y pertenece a la llamada quinta generación del cine chino, los que empiezan su carrera después de la revolución Cultural de los años sesenta. Zhang Yimou ha tenido que enfrentarse en no pocas ocasiones a la censura y prohibiciones del régimen totalitario de su país.

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