La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Sánchez entra en los templos cuando quiere
El sentido crítico y el humor audaz conviven en la literatura del escritor peruano afincado en Sevilla Fernando Iwasaki. En su nuevo libro de cuentos, titulado España, aparta de mí estos premios (Páginas de Espuma), la mentalidad japonesa, con su estricto sentido del deber, le sirve para lanzar sus dardos contra localismos, nacionalismos y, de un modo especial, contra la sociedad del espectáculo. Un brigadista japonés oculto en la malagueña cueva de la Pileta e ignorante del fin de la guerra civil española, o una geisha amante de Picasso y lanzadora de cuchillos, son algunos de los estrambóticos personajes que transitan por una historia que es siempre la misma, sólo que transformada en siete relatos diferentes para presentarla a otros tantos premios literarios.
-Vuelve a hacer reír con un cóctel de situaciones sorprendentes en una obra que, sin embargo, deja un poso de preocupación.
-Me interesa el humor que, después de hacerte reír, te lleva a pensar sobre qué te estás riendo y a concluir que tal vez es algo patético; el humor que te encierra en una realidad que tú crees paralela pero que al final descubres que es la tuya. En cada relato, el japonés es sólo una excusa para colar de contrabando al verdadero protagonista del libro: la hegemonía de los medios de comunicación audiovisuales y su banalización de la realidad, convertida en un reality show donde la imagen es más importante que las ideas y donde la audiencia es considerada sinónimo de sociedad civil.
-¿Qué le aportan a su historia estos japoneses que vivían en España ajenos a la locura mediática?
-Me permiten jugar con algo que aquí es muy importante. Que lo verdadero resulte inverosímil y lo imposible parezca probable. Hay una manera de vivir, un sentido de la lealtad y la obediencia en el mundo japonés, que choca frontalmente con la mentalidad latina. En estos cuentos todos los protagonistas son japoneses ocultos en España durante décadas, como los soldados que después de la II Guerra Mundial se escondieron en las islas del Pacífico cumpliendo su misión. Pero aquí los marcianos somos nosotros y los japoneses, los cuerdos. Es como Lost in translation [la cinta de Sofia Coppola] sólo que al revés.
-Su humorada está llena de guiños a los lectores de relatos y a los escritores que aspiran a ganar unos premios literarios que les obligan a exaltar la identidad gastronómica vasca, el valor ecológico del langostino de Sanlúcar o la visibilidad de la mujer catalana. Aquí las bases las inventa usted pero no parecen demasiado rocambolescas.
--Roberto Bolaño llamaba a estos certámenes desperdigados por la geografía de España premios búfalo porque eran los que el escritor piel roja tenía que salir a cazar para llegar a fin de mes. La mayoría tienen exigencias de identidad; ponderan, por ejemplo, la gastronomía de la región y su efecto bienhechor en la flora intestinal. Esas bases son verdaderos corsés y, sin embargo, hay muchos concursantes que pasan por el aro y, lo más divertido, que cogen el mismo texto y lo van metamorfoseando. Ésa es la estrategia que he querido asumir, como un ejercicio de estilo.
-En el decálogo que cierra el libro recomienda a los concursantes ultramarinos citar a Jardiel, Cunqueiro, Camba y Wenceslao porque hoy nadie los lee. ¿A qué es debido?
-El humor sigue teniendo mala prensa y todavía se cree que escribir desde el humor es hacer literatura menor, algo con lo que estoy en completo desacuerdo. Me gusta reivindicar a autores latinoamericanos que lo han cultivado, y no sólo a Cortázar, Cabrera Infante, Borges, Monterroso o Bryce Echenique, sino a otros menos conocidos, como el mexicano Jorge Ibargüengoitia y el peruano Héctor Velarde. En España, los autores que ejercitaron el humor están muy olvidados. Apenas se habla hoy de Álvaro Cunqueiro, Wenceslao Fernández-Flórez, Julio Camba, Enrique Jardiel Poncela... y a mí me parecen mis maestros, mis mentores.
-También incita a reescribir la historia española a partir de la delirante información localista que difunden los portales digitales.
-En ese sentido, este libro es muy latinoamericano. Así como los cronistas de Indias escribían historias exageradas del Nuevo Mundo sin haberlo pisado jamás, ahora gracias a internet cualquiera puede empaparse de la vida española y escribir su cuento ambientado en el municipio o ateneo que convoca ese premio. Siempre se piensa que las cosas estrafalarias ocurren en América Latina pero también suceden aquí y es cuestión de contemplarlas. Hay muchos asuntos que aún no han tenido su explotación literaria. Y la situación actual ofrece una buena excusa: las crisis son terribles pero nunca son aburridas; en ellas pasan cosas verdaderamente desopilantes.
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