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El vasco | Crítica

Patagonia euskaldún

Joseba Usabiaga y Eduardo Blanco en una imagen del filme.

Joseba Usabiaga y Eduardo Blanco en una imagen del filme.

Más allá de los famosos ocho apellidos, lo vasco se expande por el mundo como una identidad orgullosa y una manera de ser y hacer que no conoce fronteras. Se puede ser el más vasco de todos en la Patagonia y más allá, para desgracia de nuestro protagonista, que huye precisamente de su condición en plena crisis melancólica.

Esa es la premisa de esta co-producción hispano-argentina con lógica trama de ida y vuelta que no sabe bien si jugar sus bazas de comedia de choque, si sumarse al catálogo de tics minimalistas de cierto cine indie, si virar hacia lo romántico-redentor (ahí está la chispeante Inés Efrón para salvarnos del tedio) o si blandear sin disimulo por el costado de la nostalgia sobre las raíces, la memoria (incluso la histórica) y las tradiciones perdidas.

Mientras se decide, El vasco lanza a un mustio separado (Joseba Usabiaga) de la lluviosa Bermeo a los espacios abiertos de la provincia argentina intentando que los contrastes y el paisanaje local (con Eduardo Blanco al frente) se activen como piezas para la comedia de estereotipos y tópicos culturales. Sin embargo, ya decíamos, ni el tono (ralentizado, lánguido), ni la puesta en escena (demasiado distanciada y errática), ni el desarrollo de la historia, que abraza pronto cierta autocondescendencia, hacen del filme de Jabi Elortegi un producto definido más allá de su voluntad amable y anacrónica.