Elvira Navarro. Escritora

"Somos las personas cercanas que se nos han muerto. Somos sus frutos"

  • La onubense regresa con 'Las voces de Adriana', una novela sobre el duelo y las herencias que arrastramos.

  • "En todas las familias", dice, "los hijos cargamos con las frustraciones de los padres"

Elvira Navarro, fotografiada ayer en su visita a Sevilla.

Elvira Navarro, fotografiada ayer en su visita a Sevilla. / José Ángel García

Adriana, la protagonista de la nueva novela de Elvira Navarro, visita cada fin de semana a su padre, que ha sufrido un ictus. Pese a las secuelas que ha dejado ese revés en su cuerpo, el progenitor es un hombre vital, que aprovecha cada momento que el destino le ofrece, como hizo después de la enfermedad y la muerte de su esposa, cuando siguió buscando la compañía de otras mujeres en aplicaciones para encontrar pareja. La hija, que tiene por costumbre fabular sobre historias ajenas, comprende un día que debe abordar su propio pasado, su familia materna, una saga marcada por los traumas y la incomunicación. Como en La trabajadora o La isla de los conejos, ganadora del Premio Andalucía de la Crítica y nominada al National Book Award, la onubense (1978) firma en Las voces de Adriana (Random House) una obra exigente, sutil y llena de hondura en la que reflexiona sobre el duelo y las herencias que arrastramos.

"No tuve vocación, sino legado", dice la madre, una de las voces de la emocionante polifonía que compone el último fragmento del libro. "Cuando la madre afirma esto", explica Navarro, que presentó ayer su novela en Sevilla, en la librería Yerma, "se refiere a que ella estudió Medicina porque fue lo que no pudo estudiar su padre, debido a que estalló la guerra cuando estudiaba la carrera. En todas las familias los hijos cargan con las frustraciones de los padres e intentan materializar los sueños y ambiciones que estos no han cumplido", apunta la narradora.

"¿Se transmite algo hacia arriba? ¿Tuvieron mi abuela y mi madre algo de mí?", se interroga Adriana. "Es una pregunta que yo me hago", señala Navarro, "y que he trasladado al personaje de la novela. Está claro el peso de la herencia que va de arriba a abajo, pero no sabemos si hay algo que se pasa al revés, de abajo a arriba. Si heredamos algo de los que vienen detrás, que espero que sí, porque significa que seguimos aprendiendo mientras vivimos, será desde luego más ligero", opina Navarro.

Las voces de Adriana recoge el diálogo, fantasmagórico e imposible, de la protagonista con su madre y su abuela, pero Navarro precisa que con la elección de estos tres personajes "no era la prioridad analizar la evolución de la mujer", aunque el arco temporal vaya de una generación que casi recurría al cinturón de castidad para rehuir el pecado a otra que reivindica la independencia pese a las presiones del entorno.

"Escribir no puede ser un desahogo, porque el desahogo no trasciende lo personal y la literatura es buscar a los otros"

"No ha sido un proceso premeditado, pero en el momento en que escoges a un personaje como la abuela, que nació en 1922, te remontas a mujeres muy religiosas, obsesionadas con la idea de la pureza, transidas por este catolicismo dogmático que interpretaba de forma literal las sagradas escrituras. Yo recuerdo que mi abuela creía en el demonio y te decía: Vas a ir al infierno que es tierra caliente. La familia que yo retrato eran los señoritos del pueblo, pero la única enseñanza que recibieron esas mujeres, las mujeres como la abuela y la bisabuela, fue religiosa, y ese peso se retrata en la novela. La madre, que nació en los años 40, sí pudo tener una formación y pudo salir del pueblo, pero sin embargo arrastra todos los traumas de la familia: su padre y su abuelo quisieron ser médicos y no pudieron, a uno porque lo pilló la guerra, a otro porque lo acusaron de homosexual y en vez de ser catedrático en una ciudad acabó en un pueblo perdido. Hay un eco de ellos en su historia", cuenta Navarro.

"Yo no quería hacer el típico retrato de los hombres malos y las mujeres oprimidas", matiza la escritora. "Eran épocas en las que no es que no hubiese comunicación entre hombres y mujeres, es que no había comunicación siquiera con uno mismo, no tenían las herramientas para ello. Hoy estamos más familiarizados con la psicología, somos capaces de elaborar una teoría sobre lo que nos ocurre, vamos con naturalidad a consulta... pero en aquel tiempo, digamos, el oscurantismo pervivía. Las insatisfacciones que alguien pudiera tener no eran verbalizadas, y eso generaba una enorme violencia de un tipo o de otro. Para la abuela las mujeres tenían que estar en casa atendiendo al marido, censuraba a todas aquellas que se atrevieran a desafiar ese orden. Eso también era otra forma de violencia", defiende.

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro. / D. S.

Uno de los bloques de la novela se ambienta en una casa de pueblo, de "habitaciones que parecían excavadas en una roca", de una extensión casi inabarcable. "Es un lugar fundacional para la historia de Adriana porque es allí donde ella empieza a descubrir el mundo", observa Navarro. "No podría haber ambientado esta historia en los pisos donde vivimos ahora, pequeñitos, sin recovecos. Eran estas casas de muros gruesos, en las que podías perderte, en cuyas habitaciones reverbera la vida que hubo, reverberan las voces que las habitaron. La novela tiene una forma de escalera hacia abajo, y la casa es el peldaño de en medio. El comienzo es más ligero y amable, y el final es más trágico, y necesitaba otro fragmento que comunicara esas dos partes. Siempre me cuesta dar con la estructura de mis novelas, y aquí la casa me ayudó a dar forma al libro".

"¿Hasta dónde nos acompañan los muertos?", se lee en Las voces de Adriana. "Yo creo que toda la vida", responde Navarro en persona. "Un individuo sólo es la suma de los individuos que le precedieron, y de los individuos con los que convive, porque también te formas con el presente, con el amor de tu pareja o de tus hijos. No podemos desvincularnos de nuestros muertos porque en cierto modo somos ellos, somos los frutos de esas personas. Y cuando desaparecen de forma trágica, como ocurre aquí, queda una herida que no se olvida nunca".

Las voces de Adriana indaga a través de su protagonista en la catarsis que supone la escritura, pero Navarro y su personaje desaconsejan el desahogo sin más. "Vomitar: ese es el verbo que se utiliza para referirse a lo que se escribe en un estado emocional que no es el más adecuado para la literatura. Hay que guardarse del vómito", dice Adriana, y la autora lo suscribe: "Lo que le ocurre al desahogo es que raramente trasciende lo meramente personal. Y si la literatura es algo, es precisamente una forma de ir a los demás".

"Nuestros abuelos no sabían comunicarse consigo mismos, no tenían las herramientas para hacerlo”

Entre las muchas preguntas que asoman por el libro, Navarro y su protagonista se preguntan en qué consiste cuidar cuando se atiende a un enfermo. "La contestación más evidente sería hacer que esa persona siguiese todas las recomendaciones del médico, y, sí, teóricamente, ese paciente estará mejor", expone la narradora. Pero habría que tener en cuenta también, viene a decir Navarro, lo que quiere el otro. "¿Y si está muy feliz en su sofá fumando un cigarro tras otro, como le pasa al padre de la protagonista? Nos creemos que controlamos los procesos de la vida, pero hay gente muy sana que se muere de repente y gente que no se cuida y que tiene una longevidad asombrosa. La protagonista está asustada, porque no quiere perder al padre, no quiere tener otra pérdida, algo comprensible, pero la vida es compleja, y tú igual intentas ayudar a alguien, imponer una idea de cuidados, pero al mismo tiempo igual estás haciendo daño a esa persona sin pretenderlo".

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