Escritos sobre arte, literatura y música | Crítica

La vida moderna

  • La publicación en un solo volumen de los escritos de Baudelaire sobre estética pone de manifiesto que el gran poeta francés fue también uno de los mayores críticos de su siglo

Charles Baudelaire (París, 1821-1867) retratado por Nadar hacia 1865.

Charles Baudelaire (París, 1821-1867) retratado por Nadar hacia 1865.

De la importancia del antimoderno Baudelaire como precursor de la modernidad se ha dicho ya todo, pero no siempre se recuerda que el máximo referente de los poetas malditos, en la famosa y posterior acuñación de Verlaine, fue además un crítico extraordinariamente lúcido, capaz de trascender los valores de su tiempo para anunciar algunos de los rumbos venideros. Tardorromántico a su pesar y protosimbolista para sus sucesores, e incluso adelantado de la mirada vanguardista aunque no rechazara ni mucho menos los moldes clásicos, el dandy parisino se sitúa, como ha señalado Azúa, entre dos mundos, consciente de que el anterior ha terminado –él mismo lo señala sin nostalgia– pero receloso, de hecho autoexcluido, del que está surgiendo y se impone en apenas unas décadas. Sus intuiciones, sin embargo, conforman el primer intento de caracterización de la vida moderna y aportan una perspectiva inédita, desde la que todavía hoy contemplamos –después de Rimbaud, Mallarmé, Proust o Breton– el formidable nacimiento de ese mundo entonces nuevo. Instalado en una marginalidad orgullosa y retadora, a través de páginas volanderas o difundidas póstumamente, Baudelaire es también el perspicaz intérprete de una sensibilidad –no aferrada a lo inmutable, sino atenta a "lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente"– que no ha dejado de ser contemporánea.

Como afirma Macchia, Baudelaire se acerca a medida que el tiempo lo aleja

Seleccionada y traducida por José Ramón Monreal, la recopilación de sus Escritos sobre arte, literatura y música tiene el valor de reunir en un solo volumen de más de mil páginas –incluidas las notas, llenas de datos relevantes, del propio traductor– los textos críticos del poeta, algunos muy conocidos y editados y otros no tanto. Como afirma el ensayista italiano Giovanni Macchia, experto en Baudelaire y autor de los dos precisos y elegantes textos introductorios que abren la edición de Acantilado, su figura se acerca a medida que el tiempo la aleja, no porque perteneciera a la "raza grandilocuente" de los profetas, sino porque en el implacable escrutinio de su tiempo detectó fallas que siguen abiertas y porque sus numerosas fobias y disidencias, alimentadas por el desdén aristocratizante, no eran sólo el fruto de un temperamento atrabiliario. La poesía, dice Macchia, aunque Las flores del mal sean el centro inequívoco de su escritura, no le bastaba, de modo que se hace obligado, para iluminar su doctrina, rastrear las prosas líricas, las páginas autobiográficas –con parada especial en Mi corazón al desnudo, obra fallida y a la vez cimera– y desde luego las notas críticas.

El poeta y crítico abrazó una religión inversa, atravesada por un "fondo de pureza"

En el siglo de la industrialización y el positivismo, del progreso técnico y la conversión de las ciudades en enormes enclaves poblados por masas anónimas, Baudelaire abrazó una suerte de religión inversa, deliberadamente escandalosa pero no menos espiritual que la ortodoxa, ajena a los beneficios materiales y atravesada por un "fondo de pureza", que más allá de sus rasgos visionarios contenía una propuesta estética coherente, aunque expresada –también en eso moderno– de modo fragmentario, por medio de una prosa dinámica y abierta. El radical subjetivismo, una mística alucinada, la distancia frente al orden académico y burgués, la distinción entre estética y moral, la celebración del rigor formal y de la superioridad del artificio, la idea de las correspondencias y la analogía universal, la afirmación del individuo solitario frente a la muchedumbre, son algunos de los rasgos recurrentes en la obra del pensador y polemista, que lo fue desde el principio y también en su poesía. A Poe, su espíritu fraterno y alter ego, en palabras de Macchia, "el maestro que le había enseñado a pensar" y un autor tutelar cuya proyección europea debe mucho a Baudelaire, le dedicó el discípulo francés páginas espléndidas, pero en el volumen podemos encontrar muchas otras dedicadas a su también admirado Gautier, a Hugo, Balzac o Flaubert, al pintor Delacroix o a Wagner, el único músico representado, de quien se celebra el estreno de Tannhäuser en París, que comparecen junto a nombres poco conocidos, menores u olvidados. Impecablemente editada, la recopilación ofrece no sólo el soporte teórico que contribuye a explicar los fundamentos de su labor creadora, sino también el progresivo despliegue de un ideario al que se mantuvo en esencia fiel y que tiene, en su formulación agónica y a veces contradictoria, valor por sí mismo.

'Fuera del taller del grabador' (1860) de Honoré Daumier, el lienzo que ilustra la cubierta. 'Fuera del taller del grabador' (1860) de Honoré Daumier, el lienzo que ilustra la cubierta.

'Fuera del taller del grabador' (1860) de Honoré Daumier, el lienzo que ilustra la cubierta.

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