El gran siglo español
Voces de la Ilustración | Crítica
Biblioteca Castro publica Voces de la Ilustración. Feijoo, Cadalso, Jovellanos, una selección de textos de tres maestros del XVIII español, obra del profesor Joaquín Álvarez Barrientos, en la que el lector hallará el temprano tratamiento de temas de completa actualidad como el papel del Estado, la necesidad de la educación, la igualdad de la mujer o la ordenación de los espectáculos públicos.
La ficha
Voces de la Ilustración. Feijoo, Cadalso, Jovellanos. Ed. de Joaquín Álvarez Barrientos. Biblioteca Castro. Madrid, 2025. 736 págs. 55 €
Uno de los grandes libros que se han editado este año es, sin duda, este Voces de la Ilustración de la Biblioteca Castro, cuya edición es mérito del profesor Joaquín Álvarez Barrientos. En él se seleccionan textos de tres de las grandes cabezas del XVIII español, siglo tan relevante como desconocido entre nosotros, con un criterio de oportunidad que avalora aún más la obra de los autores escogidos: Felijoo, Cadalso y Jovellanos. Entre los rubros que destaca Álvarez Barrientos está el de la sociabilidad de hombres y mujeres, tema muy usual en la literatura de la época, pero que entre nosotros atenderá, con superior raciocinio, el padre Feijoo en su “Defensa de las mujeres”, consignado como Discurso 16 de su Tomo I del Teatro Crítico Universal de 1726. También consignará Álvarez Barrientos otros intereses y particularidades del Setecientos que, en buena medida, siguen siendo las nuestros: la ciudad, la prensa, los cafés, la historia, la moda, los espectáculos públicos, la educación, la carta de ciudadanía como concurso de derechos y obligaciones.
Los autores aquí recogidos representan una hora mayor de España, abruptamente cercenada
De todo ello encontrará ejemplos el lector en los textos aquí reunidos, con principal atención a aquellos asuntos que prefiguran, como ya hemos dicho, la sociedad actual, y que aquí vemos en su primera y completa formulación, al hilo de las inquietudes del siglo. Por otra parte, el abundante conocimiento del XVIII español que muestra Álvarez Barrientos le lleva a vindicar con facilidad multitud de nombres hoy olvidados en el callejero de nuestras ciudades, pero que suponen hitos relevantes en el acervo cultural, no solo español, sino americano y europeo: a los mencionados Feijoo, Cadalso y Jovellanos, cabe añadir, en nómina amplísima, a Gregorio Mayans, al padre Isla, a los Moratín, a Iriarte, a Samaniego, a Quintana, a Juan Andrés, a Ceán Bermúdez, a Antonio Ponz, a Antonio Palomino, a Celestino Mutis, a los hermanos Azara, a Meléndez y Valdés, a Torres Villarroel, a Luzán, al abate Marchena, a Forner, a Sarmiento, a Sempere y Guarinos, a Munárriz... y a cuantos españoles de ambos mundos contribuyeron a una hora mayor de España que se verá cercenada abruptamente por la invasión napoleónica. Este esplendor, de carácter cívico y artístico en Jovellanos, de naturaleza ensayística en Feijoo, de intención crítica y antropológica en Cadalso, será el mismo que destaque a ambos lados del Atlántico, con ayuda de las Academias fundadas en todo el ámbito de la corona, y cuyas labores científicas y arqueológicas tendrán singular importancia, por ejemplo, en el estudio de las culturas precolombinas en la América española.
Por otro lado, un lugar común de la historiografía europea parece reducir la Ilustración española a un eco pálido y tardío de las lumières francesas. Véase, por ejemplo, al benemérito Sarrailh. En este tomo, sin embargo, encontramos prueba suficiente de lo contrario. El uso que hará Cadalso de las Cartas persas de Montesquieu al componer sus Cartas marruecas no es, en absoluto, el uso de un émulo entusiasta, sino el de un puntual y minucioso refutador. Al conocido antiespañolismo de Monstiesquieu y a su inclinación a la cuadrícula pintoresca, Cadalso opondrá una notable y más moderna visión histórica, próxima a Herder. No en vano, uno de los objetos de reprobación burlesca de Cadalso en Los eruditos a la violeta, también incluido en este volumen, será aquella juventud afrancesada e ignorante, que deploró su propia tradición sin conocerla. Un objeto de burla, en todo caso, que no fue el “afrancesamiento” en cuanto tal, sino el “antiespañolismo” acrítico de los petimetres, y su desprecio por la vasta heredad cultural hispánica.
Este es otro de los temas predilectos del Setecientos que se recoge puntualmente en estas páginas: el patriotismo como forma de contribuir a la mejora y la felicidad del país. El coronel Cadalso murió en el cerco de Gibraltar cumpliendo con lo que sabía su deber patriótico. Lo cual no quita para que admirara y conociera en abundancia la cultura británica. Consecuencia de este amor a la patria, expresado frecuentemente por los ilustrados, es la intención pedagógica que conforma sus escritos. La extraordinaria obra ensayística de Feijoo va encaminada, en buena medida, a conjurar supersticiones populares; mientras que los escritos de Jovellanos (léase aquí, entre otros, su Memoria sobre la educación pública), tienden a la formulación política y a la concreción administrativa de tales ambiciones. Cadalso, por su parte, hará una precisa y memorable condensación de la cultura europea, como ámbito propio y deseable del hombre ilustrado. Un hombre y una mujer que adquieren su silueta en los salones galantes y los cafés, pero que acuñarán su opinión, que establecerán su dominio intelectual, en la obra volandera y polémica del papel prensa.
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