En el Elíseo de los colores orquestales
ORCHESTRE DES CHAMPS-ÉLYSÉES | CRÍTICA
La ficha
*****Programa: Sinfonía nº 6 en Fa mayor op. 68, ‘Pastoral’; Sinfonía nº 5 en Do menor op. 67, de Ludwig van Beethoven. Director: Philippe Herreweghe. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Lunes, 20 de octubre. Aforo: Tres cuartos.
En el principio fue el color. Después vendrían la línea, la composición, la perspectiva, la expresión. Pero la primera experiencia visual fue y será siempre la del color del mundo que nos envuelve. Por vía sinestésica y dada la preponderancia del sentido de la vista sobre los demás en la manera de relacionarnos con el entorno, llamamos también “color” a los timbres particulares de los instrumentos y al balance sonoro de un conjunto. Y aquí, tras escuchar la manera de disponer la materia sonora de Herreweghe, también podemos decir que lo primero fue el color. Fue atacar las primeras frases del primer tiempo de la Pastoral y empezar a percibir todo un Pantone de timbres cálidos, todos en perfecto equilibrio y todos con la misma transparencia. Esa transparencia que Herreweghe insufla a su dirección para que todo se oiga, todo se aprecie, todo colabore en ese fresco maravilloso que nos regalaba la orquesta. Situar a violonchelos y contrabajos en el centro ayudó y ¡cómo! y al ostinato de los contrabajos en el primer tiempo de la sexta me remito: nunca lo he escuchado con tanto relieve y presencia; al igual que la disposición enfrentada de los violines primeros y segundos, con la riqueza auditiva que supone identificar cada frase instrumental con nitidez. La articulación con mínimo vibrato ayudó también a afianzar la claridad cristalina del empaste orquestal, pues el vibrato habitual de las orquestas modernas tiende a producir oscilaciones tonales leves pero suficientes para emborronar la pureza del sonido. Y esas maderas historicistas, con sus colores tan peculiares, sumadas a unos metales muy firmes todo el concierto (salvo la inevitable nota errada de una trompa, algo connatural con el instrumento), abrocharon un auténtico derroche de tonalidades y de luz.
Personalmente valoro más la versión de la sexta, todo gozo y colorido, en su tempo justo, sin forzar siquiera las dinámicas en la tormenta porque no era necesario tensar tanto los contrastes acentuales en una obra que es pura materialización musical de la Naturphilosophie germánica. Lo poético y lo contemplativo primó sobre lo descriptivo. Bellísimo el sonido de las cuerdas con sordina en el segundo tiempo, que quizá hubiese aguantado un tempo algo más animado.
La quinta ofreció para mí, más allá del maravilloso sonido orquestal, menos descubrimiento. No quiso Herreweghwe potenciar el sentido agónico del primer tiempo mediante contrastes en la energía de los ataques, aunque no faltó tensión. El mejor momento fue para mí la manera de retener la tensión en la transición del tercer al cuarto tiempo, preparándo nuestra atención para la irrupción final del luminoso Do mayor del Allegro final fraseado con tono triunfal por todas las secciones.
Una breve nota histórica: estas dos sinfonías se estrenaron el 22 de diciembre de 1808 en un mismo concierto en Viena y en el que también se interpretaron el cuarto concierto para piano y orquesta (con Beethoven de solista), la Fantasía coral, el aria "Ah perfido!", Gloria, Sanctus y Benedictus de la Misa en Do mayor y, por si sabía a poco, una improvisación al piano por el propio Beethoven. ¡Eso era afición! Compárenlo con los conciertos actuales, cada más recortados de duración. La reduflacción ha llegado también a los conciertos.
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