Hoy nos hemos ido todos a tomar por culo: hasta pronto, Robe

Crónica sentimental desde la parroquia eterna de Robe Iniesta

Del último suspiro de un segundo: adiós Robe

A Robe: Una canción tuya bastará para sanarme

El disco en directo de Extremoduro 'Iros Todos a Tomar por Culo'
El disco en directo de Extremoduro 'Iros Todos a Tomar por Culo'

En esta sagrada redacción —medio templo, medio trinchera— convivimos unos cuantos fieles de la Santa Iglesia del rock transgresivo. Parroquianos de sotana vaquera y liturgia eléctrica. Seguidores de Robe Iniesta, de su verbo afilado, su mala sombra y turbio carácter, de su guitarra que sangra y del universo que durante décadas levantaron los irreverentes y luminosos Extremoduro.

Quien firma estas líneas, pseudoextremeño por linaje y convicción, aprendió pronto a medir el tiempo en función de los discos que Robe y los suyos iban dejando caer sobre la tierra. Cada espera era un rito. Cada novedad, un acontecimiento que llevaba inevitablemente a la misma peregrinación: subirse al autobús o al coche familiar hacia Sevilla y detenerse, casi en recogimiento, ante las puertas del mítico Sevilla Rock. Allí compraba los CD con devoción de anticuario; por aquel entonces, los vinilos parecían reliquias de otra era, y las cintas de cromo y cinc —al menos las originales— empezaban a ser aves migratorias condenadas a la extinción. El tráfico de pletinas ya era, claro, otra liturgia paralela.

Mi padre, feligrés veterano pero del rock psicodélico y progresivo —que no transgresivo— jamás entendió del todo aquel estruendo poético que yo veneraba. Tenía su propia teoría inamovible: “Una canción que no llegue a los diez minutos no merece la pena.”

Bajo ese baremo, pocas bandas podían satisfacerle. Sin embargo, un día decidí probar suerte. Le planté delante el CD de Pedrá, aquel disco imposible, un monolito sonoro que Extremoduro publicó en 1995: una sola canción, treinta minutos sin concesiones, un viaje salvaje sin permiso de vuelta.

—Esto ya es otra cosa —admitió él, intrigado por aquella oscuridad que parecía no tener principio ni final—. Pero sigo sin pillarle el punto.

No obstante, la valla ya había cedido. Más tarde lo descubrí escuchando el Poesía Básica de Extrechinato y Tú a escondidas, en la minúscula minicadena Thomson de doble pletina y CD. No quería reconocerlo, pero Chinato, Robe y el maestro vasco Fito le habían tocado algo por dentro. Tal vez ese eco de poesía libertaria, tal vez la forma tan humana de acariciar el silencio.

Hubo un giro más. Cuando descubrí que Marcos Ana, poeta de cárceles y libertades, era pariente mío —lejano, sí, pero pariente al fin— mi padre quedó paralizado. Le enseñé sus versos, y después le señalé cómo aquellos textos habían terminado integrados en algunas letras del universo extremoduriano. La sorpresa, esta vez, fue un destello silencioso en su mirada. La música de Robe, ese territorio que él había observado siempre desde la distancia, empezaba a tener puertas que reconocía:

"Su herida golpead de vez en cuando, no dejadla jamás que cicatrice...

Que arroje sangre fresca su dolor, y eterno viva en su raíz el llanto...

Y si se arranca a volar, gritadle a voces, su culpa: ¡qué recuerde!.

Si en su palabra crecen flores, nuevamente, arrojad pellas de barro oscuro al rostro, pisad su savia roja.

Talad, talad, que no descuelle el corazón de música oprimida.[...]

Si hay un hombre que tiene

su corazón de viento,

llenádselo de piedras

y hundidle la rodilla sobre su pecho".

Esa mezcla de tradición literaria y rock visceral me acompañó durante mi formación académica y también docente. En mi trabajo de fin de máster del CAP, quise rendir homenaje a todos esos puentes invisibles que unían la poesía canónica con la poesía eléctrica. Preparé una programación didáctica sobre Machado e incluí, con absoluta naturalidad, los pasajes de Por tierras de España que Robe y su banda habían musicalizado en Buscando una Luna:

"Llanuras bélicas y páramos de asceta,

no fue por estos campos el bíblico jardín.

Son tierras para el águila, un trozo de planeta,

por donde cruza errante la sombra de Caín"

El experimento funcionó. El profesor que evaluaba el trabajo resultó ser, además de amante de Machado, devoto confeso del universo trascendente de Extremoduro y placentino para más señas. El entusiasmo fue inmediato y la calificación, la máxima posible. La nota estaba claramente inflada gracias al Robe.

Mi primera comunión con Extremoduro llegó en 1994 cuando mi prima Chus me abrió la puerta a un mundo donde la rabia podía ser bella y la poesía no necesitaba permiso para arder. Desde entonces, cada disco, cada canción, cada latido eléctrico ha ido marcando mi vida como pequeñas cicatrices luminosas.

Y hoy, mientras escucho de nuevo esas letras que se abrazan al alma con la misma fuerza que hace treinta años, siento que, efectivamente, mi corazón también se ha ido a tomar por culo. Pero se ha ido porque late, porque ama, porque ensancha el alma —como dijo aquel— y porque, al fin y al cabo, esa es la función secreta de toda gran música: sacudirte, partirte en dos, y luego volver a colocarte en el mundo de otra manera.

Como aquella bomba de aquella mítica portada, hemos volado en mil pedazos...Hoy todos nos hemos ido a tomar por culo. Seguirá tu legado.

stats