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Kontinental'25 | Crítica

Eszter Tompa en una imagen del filme de Radu Jude.

La ficha

**** 'Kontinental'25'. Drama, Rumanía, 2025, 109 min. Dirección y guion: Radu Jude. Fotografía: Marius Panduru. Música: Matei Teodorescu. Intérpretes: Eszter Tompa, Gabriel Spahiu, Adonis Tanta, Serban Pavlu, Mardare Oana.

Desde la ficción al ensayo pasando por el documental de archivo residual, en formato corto, medio o largo, en rodajes más o menos convencionales o en nuevas fórmulas digitales y económicas, el rumano Radu Jude ha ido separándose poco a poco de cierta ortodoxia nuevaolera que puso a su país en el mapa del cine mundial a comienzos de este siglo para adentrarse en unos territorios expresivos y siempre políticos que en cierta forma lo emparentan con Godard para proponerse como observador moral del presente y su relación con la Historia a través de una mirada reflexiva y autoconsciente, crítica y desmitificadora, pero también esencialmente satírica.

Títulos como Un polvo desafortunado o porno loco o No esperes nada del fin del mundo lo confirmaban como gran cineasta del presente al tiempo en que depuraban y condensaban su gusto por la experimentación y la libertad de movimientos dentro de la ficción. En Kontinental’25, su segundo largo de 2025 tras su particular revisión del mito (nacional) de Dracula, nos propone una amarga y a un tiempo desopilante historia sobre la precariedad, el problema de la vivienda, la inmigración, la falsa solidaridad, la burocracia o la voracidad inmobiliaria a partir del periplo urbano de una funcionaria que intenta expiar su mala conciencia después de que un vagabundo, vieja gloria deportiva nacional, se haya suicidado cuando se estaba ejecutando una orden de desahucio en el sótano que ocupaba.

Pertrechado de un iPhone y un reducido equipo de rodaje, Jude recorre las arquitecturas y rincones de la ciudad de Cluj, capital de Transilvana, con esa mirada a un tiempo cartográfica y perpleja ante la transformación, los desmanes y sinsentidos de su superficie, que incluye, entre otras cosas, un delirante parque jurásico de ridículos animatronics. Por ese parque periurbano y por otras calles, escalinatas y no-lugares de la ciudad veremos pasear a ese clochard malhumorado antes de la tragedia, y a esos mismos lugares regresaremos más tarde de la mano ya de nuestra protagonista, esa agente judicial, extraordinaria Eszter Tompa, en una serie de encuentros (también etílicos y sexuales) destinados a limpiar su culpa y reordenar su vida mientras su familia se ha marchado de vacaciones.

Kontinental’25 puede verse así como un trip político de lejanos ecos rossellinianos (Europa’51) donde el patetismo y el humor negro se precipitan por una pendiente entre el día y la noche, de la palabra (siempre elocuente y reveladora, filmada en planos-secuencia) a los hechos, en una ciudad-escenario convertida en desgastado patrimonio (ahora) turístico de un país que se ha puesto en venta al turbocapitalismo sin terminar de cerrar las costuras y los vicios de su largo periodo comunista. En ese ínterin inestable, caótico y a la deriva, Jude y esta película levantan acta moral de un presente que no sólo expone los problemas, corrupciones y contradicciones de aquel país del Este, sino que los hace extensibles a todo el continente en las horas más bajas, traicionadas y confusas del viejo ideal europeísta.

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