Frontera y purgatorio

No se le pueden negar a esta Isla de los faisanes del debutante Asier Urbieta sus buenas intenciones a propósito del mensaje de tolerancia con el inmigrante legal o ilegal y las penurias de su tránsito o su asimilación. Tampoco una cierta simplificación a la hora de desplegar su relato ambientado en el entorno del condominio más pequeño del mundo, a saber, ese islote fluvial que le da título situado en el río Bidasoa entre las orillas de las localidades de Irún y Hendaya.

La orografía y la historia de aquel minúsculo terreno administrado medio año por Francia y el otro medio por España pone el marco singular a una historia de solidaridad y empatía entre una joven vasca y su novio negro de raíces africanas y un joven inmigrante subsahariano que, como muchos otros, intenta pasar a Francia desde nuestro país cruzando incluso el río a nado con los riesgos que ello conlleva.

En esas aguas se quedó precisamente un compañero cuyo cadáver abre expectativas (truncadas), detona las acciones, relaciones y conflictos éticos y morales de un filme que tiende a estancarse en lo narrativo en aras de un dibujo del contexto donde lo antropológico y lo cultural (las tradiciones, el carnaval de gigantes y cabezudos…) termina por convertirse en lo más destacado de la propuesta entre idas y venidas a uno y otro lado de la frontera, previsibles controles policiales, huidas, gestos de rebeldía contra la autoridad y una mirada al colectivo migrante tal vez demasiado esquemática, ingenua y simplificadora.