Leonardo Padura: “Lo que se nos presentó como futuro en Cuba ha sido un presente desolador”
El autor presenta este martes en Cádiz y el miércoles en Córdoba ‘Morir en la arena’, un doloroso retrato del desencanto de su país con un parricidio como punto de partida.
“Lo importante no es solo lo que haces con tu identidad, también lo que haces con los demás”
“No supimos ver las señales. Estábamos ciegos, o nos habían vendado los ojos y nos llenaron la cabeza de consignas mierderas... Y yo me las creí todas, compadre”, lamenta un personaje en Morir en la arena (Tusquets), la última novela de Leonardo Padura. El Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2015 parte aquí de un brutal parricidio para detenerse en algo más sutil: las esperanzas perdidas de unos hombres y mujeres enfrentados a su desencanto. El autor está de gira con el Centro Andaluz de las Letras: tras su paso por Sevilla, ayer, visita este martes la Biblioteca Pública Provincial de Cádiz y el miércoles la Biblioteca Grupo Cántico de Córdoba.
Pregunta.–En Morir en la arena el narrador alude a Truman Capote y A sangre fría, pero la atmósfera recuerda también a esas familias atormentadas de Tennessee Williams o Faulkner.
Respuesta.–Con Capote tengo una gran deuda de gratitud, y es que sentí como un puñetazo el leer Desayuno en Tiffany’s. Tenía veintitantos años y escribí con ese libro en la cabeza mi primera novela, Fiebre de caballos. La literatura norteamericana del siglo XX ha sido fundamental para mí: Hemingway, Faulkner, Dos Passos, Updike... hasta Auster, más recientemente. Esos autores sabían contar muy bien las historias. Es verdad que la familia protagonista podría pertenecer al sur de EE UU, podría ser una de esas familias oscuras que arrastran sus secretos y conflictos y que se enfrentan a un hecho terrible, un parricidio.
P.–Alguien dice en su novela: “La Historia, la que lleva H mayúscula, me aplastó”. Podrían suscribirlo otros personajes...
R.–El peso de la Historia es cada vez mayor, porque un campesino del siglo XVIIIvivía prácticamente al margen de los grandes acontecimientos; a lo mejor había un cambio de rey, o de duque, y ni se enteraba. A partir del siglo XIX tenemos la conciencia de la Historia, y sentimos cada vez más su peso. Y en un país socialista, donde hay una estructura única de poder, eso se acentúa. Lo que viven mis personajes me hace pensar en El jardín de senderos que se bifurcan de Borges. Geni asiste al momento en el que cae el Muro de Berlín, y su experiencia alemana lo podría haber llevado por otro camino. Nora intenta salir de Cuba, después se resiste, después quiere volver a irse, y todo con la situación del país como trasfondo. Rodolfo duda si ir o no a la guerra de Angola, dice que sí y eso lo marca de por vida... Las frustraciones de los personajes, el miedo que sienten, tienen mucho que ver con la Historia.
“Haber dado pronto con una editorial en España me salvó de tener que autocensurarme”
P.–El escritor que narra la novela cuenta que en sus primeros libros sólo bebían whisky “los agentes del imperialismo”, pero con el tiempo su mirada fue incorporando matices. ¿Usted experimentó una evolución parecida?
R.–Nuestras historias son distintas. Fumero aprendió muy pronto que para ser escritor en la Cuba de los años 70 había que autocensurarse. Eso ha sido un fenómeno que ha marcado el desarrollo de la literatura cubana hasta hoy, del arte en general: las instituciones tienen la potestad de decidir si lo que tú propones es admisible o no. Yo no he sufrido eso en la misma dimensión, porque muy pronto en mi carrera apareció una editorial en España, Tusquets, y ahí se me abrió una ventana donde tenía otras posibilidades. Fumero está inspirado en un escritor que conocí, y que murió, que participó en un movimiento que se llamaba Novela Policial Revolucionaria, que tuvo algo de policial, mucho de revolucionaria y poco de novela. Salvo unos pocos títulos con cierta calidad, era una literatura panfletaria y propagandística.
P.–En sus investigaciones sobre el parricidio, descubrió que “casi siempre cuando se trata de un hijo que asesina al padre, la violencia paterna está en el origen del crimen”.
R.–El parricida más famoso es Edipo, y a partir de ahí la cultura siempre se ha interesado por el asunto. Hemos tenido una figura paterna y autoritaria y nos hemos rebelado contra ella, ese padre violento que provoca una reacción en el hijo ha estado muy presente. Es lo que hemos llamado el padre patrón: ese hombre que era el jefe del clan y que trataba a su mujer y su familia como si fueran su propiedad, creía que podía maltratarlos. Geni avisa a su amigo de que un día matará a su padre: esa frase es como el primer martillazo que le dará.
“Siempre ha estado el ‘padre patrón’, el hombre que creía que la familia era de su propiedad”
P.–Morir en la arena contiene una intensa escena de sexo entre dos personas maduras que el lector acoge con cierto júbilo. Hoy parece que el placer está reservado a los cuerpos jóvenes...
R.–Ahí me estoy viendo yo: cuando escribía el libro le puse a Rodolfo la edad que tenía, y a Nora la edad que tenía mi mujer. La relación de ellos empieza en su primera juventud, se interrumpe durante 50 años y luego se concreta. Dentro de 15 días cumpliré los 70, y me cuesta mucho trabajo percibirme como un anciano. Antes no tenías otra posibilidad más que morirte si llegabas a este punto. Que estos personajes se den una segunda oportunidad, que sentimentalmente estén vivos, supone una redención, uno de los temas que trata la novela.
P.–En el libro la situación de Cuba se compara con el muro de la casa, que parece que va a derrumbarse pero nunca se cae.
R.–En Cuba lo que se nos presentó como futuro para la mayoría de las personas ha sido un presente desolador, en el que hay que aplicar infinitas estrategias de supervivencia. La novela retrata carencias, cortes de electricidad, suciedad en las calles. Le puedo decir que desde 2023, cuando escribí el libro, eso ha crecido, y mucho, por desgracia.
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