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‘Magnificat’, celebrando con María Moreno

Tras deconstruir la soleá o navegar en sonoridades distintas con 'Verso Libre', la gaditana encuentra nuevos motivos para la alegría en 'Magnificat', una obra concebida como una fiesta

Actúa el 13 de noviembre en el Teatro Central y el 16 en el Gran Teatro Falla

La bailaora María Moreno en un momento de 'Magnificat' / Beatrix Molnar

No anda sobrada la iconografía cristiana de motivos afables, pero bastó un encargo de la Escuela de Arte de Roma para que la inquietud de María Moreno (1986) sorteara los tormentos y crucifixiones que pueblan la pintura italiana y diera con el Magnificat, la cándida imagen en la quela Virgen, maravillada por el poder fecundador del Espíritu Santo, le cuenta la buena nueva a su prima Isabel. “La maternidad es un tema que por edad se me había despertado. El germen de este espectáculo es contar qué clase de fiesta montaría yo si me enterara de que estoy embarazada”, asegura Moreno después de estrenar este Magnificat el pasado junio en Madrid, -“donde por primera vez en mi carrera pasó todo lo que quería que pasara”- antes de recalar en el Teatro Central deSevilla el 13 de noviembre y el 16 en el Gran Teatro Falla de Cádiz.

Con su habitual querencia por el humor y su alergia a los formalismos escénicos, Moreno anuncia un espectáculo “muy canalla”; una juerga en la que bullen la voz de Miguel Lavi, la guitarra de Raúl Cantizano, la percusión de Roberto Jaén y la performance de Rosa Romero. De la estrecha conviviencia en una residencia creativa ha nacido esta hora de baile “difícil de dividir incluso en los ensayos. Para llegar a la mitad tienes que empezar por el principio, porque está creado como una unidad, con la energía a tope. Para ensayar eso necesitas compañeros muy generosos”.

No me da miedo el fallo ni la improvisación

Para la elección de los músicos Moreno saltó sin red: “A mí me gusta probar las cosas directamente en el escenario. Durante un año, en mis representaciones de Verso libre fui probando con distintos compañeros, hasta que en una función que hicimos los cuatro en Madrid nos lo pasamos tan bien que me decidí por ellos”.

Valga ese gesto para ejemplificar el apego por el riesgo y la espontaneidad que definen sus montajes, de nuevo ingredientes principales en Magnificat: “Tanto al público como a los músicos los quiero cerca, necesito su energía, no me da nada de miedo el fallo ni la improvisación. Quizás porque para mí es normal que mi madre me diga que he bailado fatal”, confiesa divertida. Con la misma sonrisa matiza el tremendismo flamenco: “Manoseamos mucho la tristeza, pero creo que es más difícil conseguir la energía adecuada para bailar por alegrías que ponerte muy serio para hacer una seguiriya”. Una actitud que comparte buena parte de su generación, y que ella aborda desde su condición gadita: “Siendo de Cádiz el sentido del humor es básico en mi vida. Aunque es algo muy frágil, puedes caer en el ridículo si no funciona”.

No subo al escenario a sufrir, yo ahí arriba me la gozo

Entre la niña que arrasaba en los concursos por tanguillos y la mujer que se reconstruye en cada uno de sus estrenos, media una disciplina cartujana que se fía más del trabajo duro que de la inspiración: “Me crie en la calle Marinero en Tierra, un barrio humilde de Cádiz. Allí no tenía papeletas para recorrer medio mundo antes de los veinte”, confiesa en Yo bailo, el libro en el que narra sus motivaciones artísticas junto a las fotografías de Susana Girón, y en el que cuenta un momento decisivo: la audición que Eva Yerbabuena organizó para formar su compañía, en la que Moreno acabó enrolada cuando tenía diecisiete años.

En aquellos años a las órdenes de la Yerbabuena se forjó un arrojo que hace difícil imaginar los problemas de timidez que le abocaron al baile: “Mi único temor es desencantarme de esto, entonces no sé qué sería de mí. Pero, mientras tanto, al llegar a un teatro para bailar justo lo que quiero, me pregunto si se puede ser más privilegiada. Yo no subo al escenario a sufrir, yo ahí arriba me la gozo”.

Criada artísticamente en la complejidad del baile flamenco contemporáneo, la gaditana abraza la envergadura de los proyectos actuales: “Ahora todo tiene temática, es una exigencia de ciertos circuitos que implica más trabajo, más documentación, equipos más grandes, y una gestión que al final te roba horas de estudio. Pero queríamos expandir el flamenco a otros escenarios y así es la época que nos ha tocado vivir, para lo bueno y para lo malo”. Una época, recuerda, liderada por mujeres -como Ana Morales, Lucía la Piñona, Patricia Guerrero o Rocío Molina-; “que no solo son grandes bailaoras, sino grandes creadoras”.

Con casi un estreno por año, a esta mujer le sobra tiempo para viajar por los siete mares, donde ha comprobado que “el flamenco es universal, pero no mueve masas”; lo que no impide que sus clases en lugares tan pintorescos como Madagascar estén a rebosar. No obstante, esta vecina de Puerta Tierra cifra el paraíso en Japón: “Cada vez que voy no me quiero volver”, asegura mientras se entrega a la ritualidad que exige la preparación del matcha; del que fue una pionera en nuestro país, y al que solo el jamón hace sombra entre sus afectos. Con una oda al ibérico acababa uno de sus espectáculos, y así lo la hace la entrevista: ¿qué se equipara al jamón en la vida de María?: ¡Mi tierra, mi familia, mis amigos, mi baile… todo es jamón si hay salud para disfrutar. ¡Es que me encanta todo!”. Pues a celebrar se ha dicho.

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