Manuel Vilas: “Mi literatura es como un cazador que sale a ver dónde está la verdad”
El autor participa el viernes, en el Cicus, en un coloquio sobre autoficción programado dentro del festival ‘FlamencOlee’.
Santiago Posteguillo, escritor: "Julio César era un populista, pero daba lo que prometía"
En un fragmento hilarante, tierno y doloroso, de El mejor libro del mundo (Destino), Manuel Vilas recordaba cómo una lectora entusiasta y constante de su obra levantó su ánimo hundido en una firma de ejemplares que estaba siendo poco concurrida. “Y entonces yo veo aquí otra vez el triunfo de la comedia de la vida”, escribe el aragonés (Barbastro, 1962), “porque yo ya me iba a colgar con mi cinturón de cualquier árbol del parque del Retiro, me iba a abandonar al fracaso, me iba a arrojar al pozo de la desesperación, pero esta mujer me ha devuelto a la mesa del póker de la literatura”. Minutos antes, Vilas divisaba, compadeciéndose de sí mismo, las colas “abrumadoras” que reunía el autor de novelas históricas Santiago Posteguillo. “¿Qué habrá en sus libros que no haya en los míos? Claro, habrá documentación, pero yo me pongo muy nervioso ante la documentación, porque la documentación son libros tocho que hay que leerse sacando notas, y cómo saber qué es lo principal de un tocho para escribirlo en las notas, si yo soy medio tonto”.
El autor, que dejó de ser un secreto a voces de las letras españolas gracias a Ordesa, una obra en la que partía del duelo por la muerte de sus progenitores, y que ha seguido volcando en sus páginas su visión de la vida, la escritura y el amor, parecía la elección más idónea para una mesa sobre autoficción que se celebra en el Cicus dentro del festival FlamencOlee. En el coloquio (programado este viernes a las 19:00), titulada Vengo a hablar de mí y centrada en quienes crean “desde el yo”, Vilas estará acompañado por el bailaor Marco Vargas, la cantaora Lela Soto y la periodista Paloma Jara.
“En el fondo soy un muerto de hambre en un bufé libre que se pone nervioso con la comida”
En El mejor libro del mundo, Vilas relataba entre otras cuestiones cómo pasó de ser “un escritor discreto que sacaba una novela y la crítica la ponía bien, pero vendía muy poco” hasta que “ocurrió lo de Ordesa, y ese hecho me cambió la vida”, contaba a este periódico hace unos meses en una entrevista. “Yo no quería retratar un éxito literario, a mí eso me parece de una vanidad imperdonable, a mí lo que me interesa es que a un muerto de hambre lo inviten a un bufé libre y que este hombre se ponga nervioso al ver tanta comida junta. Churros, cruasanes, huevos fritos... [ríe] Sufro porque me lo comería todo, o me lo llevaría en tápers. Tengo colesterol genético, soy hijo de la hambruna, y dentro de mí alguien me impulsa a comérmelo todo, hasta que mi cerebro me dice: No, cuerpo mío, no tengas tanta ansia, que mañana habrá más”.
Vilas comenzó la escritura de El mejor libro del mundo cuando cumplía los 60 años, y por eso se pregunta por el raro prodigio de estar vivo: “Antes de que tú, lector, y yo naciéramos hubo milenios en los que había otros seres humanos que no éramos ni tú ni yo. Una vez que nos vayamos, habrá otros seres humanos que no seremos ni tú ni yo”, anotaba en ese texto. “Esa es una de las cosas más difíciles de comprender para un ser humano: que estamos aquí un rato, y no se sabe qué significado tiene eso”, analizaba en persona en una charla en el Hotel Inglaterra. “Hay un gran triunfo en la vida que son los longevos, aquella gente que con salud y que con buen estado de cabeza es capaz de llegar a los cien años. Esas personas tienen acceso a un mayor conocimiento de la vida. En la novela pongo como ejemplo a Ernst Jünger, que vivió 102 años. Pasó por la Primera Guerra Mundial y por la segunda, le dio la mano a Hitler porque era militar, vio a los Beatles en la televisión, y estuvo allí cuando la caída del Muro de Berlín... Fue testigo de todo el siglo XX, pudo comprobar cómo una sociedad en la que en un momento era importante tal tema 30 años después creía en otro asunto. Los longevos observan esos cambios profundos que experimenta el mundo, y por eso yo los contemplo con asombro. Nuestras vidas, además de biológicas, son históricas. Lo que creemos hoy, dentro de cuatro décadas, nos parecerá superstición”.
“Me interesan mucho los longevos. Ellos observan los cambios profundos que vive el mundo”
Vilas, que después de El mejor libro del mundo publicó un breve ensayo, Dos tardes con Franz Kafka, un narrador al que coloca en su santuario particular junto a Elvis –“ambos medían lo mismo, llevaron tupé y murieron con cuarenta y tantos”– se expone sin rodeos en sus creaciones y “hablo de todo lo que no quiere hablar nadie. De la disfunción eréctil, por ejemplo, que es un problema brutal en hombres de 60 años para arriba, no habla ni Dios, lo hago yo. Y, luego, los medicamentos que hay para eso cuestan un pastón, y no te los cubre la Seguridad Social, parece que para la Seguridad Social las personas mayores no tienen derecho al sexo ni al amor”.
Por esa honestidad, Vilas sostiene que sus libros “pueden ser imperfectos y objeto de muchas críticas, pero jamás se le podrá acusar de ser hipócritas. Yo no puedo escribir nada que no haya sido testado como auténtico por mi inteligencia”, afirma, y concluye: “Mi literatura es como un cazador que sale a ver dónde está la verdad, para coger a esa liebre, mirarla a los ojos y entender qué hacemos aquí y quiénes somos”.
También te puede interesar