Vigor y fantasía al piano

Martina Filjak | Crítica

La croata Martina Filjak en el Espacio Turina / Luis Ollero

La ficha

MARTINA FILJAK

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Piano en Turina. Martina Filjak, piano.

Programa:

Georg Friedrich Haendel (1685-1759): Suite para clave nº7 en sol menor HWV 432 [c.1703-06]

Robert Schumann (1810-1856): Faschingsschwank aus Wien (Carnaval de Viena) Op.26 [1839]

Aleksandr Scriabin (1872-1915): Preludio & Nocturno para la mano izquierda Op.9 [1894]

Franz Liszt (1811-1886): Reminiscencias de Lucia di Lammermoor S.397 [1835-36]

Lugar: Espacio Turina. Fecha: Martes, 18 de noviembre. Asistentes: Unas 40 personas.

En diciembre cumplirá 47 años, pero, salvo error de la memoria y la documentación de quien firma, Martina Filjak (Zagreb, 1978) no había debutado aún en Sevilla. Lo hizo como una pianista aguerrida y temperamental. Su estilo volcánico y enérgico atravesó un programa que abarcaba más de dos siglos de música para teclado y que exigía un dominio amplio de lenguajes y caracteres. Filjak se movió con soltura en ese recorrido y lo convirtió en un despliegue de ininterrumpida imaginación sonora.

La Suite nº7 en sol menor de Haendel ofreció una primera muestra de ese enfoque. La Ouverture arrancó con un marcado aire teatral, incisivo en sus acentos, y el súbito –casi brusco– inicio de la sección fugada reforzó ese sentido de urgencia vehemente de la interpretación. En el Andante (en realidad, una Allemande) y el Allegro (una Corrente italiana), Filjak dejó asomar rastros del antiguo stylus phantasticus, con un fraseo libre y vivaz que evitó la rigidez académica. La Sarabande alcanzó una expresividad directa y eficaz, lograda sin sentimentalismos y con una claridad melódica muy cuidada. En la Passacaille, en cambio, la pianista se dejó llevar por un impulso más arrebatado y el exceso de pedal enturbió la transparencia de la textura, sacrificada por momentos en favor de un sonido más denso y rotundo, que casi pareció reclamar el ámbito sinfónico.

Ese gusto por el contraste halló un terreno privilegiado en el Carnaval de Viena de Schumann. En el Allegro inicial, Filjak hizo convivir sin tapujos al melancólico Eusebius con el impulsivo Florestán, los dos célebres heterónimos del compositor germánico, de modo que la alternancia de caracteres quedó plenamente expuesta y dio al movimiento una vitalidad eléctrica. El Intermezzo fue su demostración más contundente de virtuosismo, con una extraordinaria división del peso entre las manos y una energía sostenida que mantuvo siempre la tensión interna. El Finale, brillante y seguro, devolvió el espíritu festivo y comunicativo de la obra con una claridad formal que evitó el amaneramiento retórico.

En el Scriabin para la mano izquierda la pianista croata combinó sensibilidad y densidad. Tras un Preludiocontemplativo, el Nocturno destacó por un fraseo flexible y muy atento al color, pero también por inflexiones y contrastes dinámicos que reforzaron la atmósfera inquietante de la pieza. Filjak supo equilibrar el lirismo de la escritura, que parecía derivado del belcantismo chopiniano, con una tensión más moderna que acentuó la singularidad del joven Scriabin. La gran fantasía lisztiana que cerró el programa permitió a Filjak liberar sin reservas su energía. Las Reminiscencias de Lucia di Lammermoor brillaron por vigor, brío y una teatralidad desbordante, siempre sostenidas por una técnica segura y un sentido narrativo firme.

Una vez más, el Turina estuvo casi vacío, algo que no puede extrañar cuando el espacio no tiene a su servicio no ya a un equipo de comunicación, sino ni siquiera una web propia, lo que roza directamente el bochorno. Más allá de la incomodidad para los presentes de un público tan escaso (esta vez quizás habría 40 personas), el hecho genera un ambiente casi familiar que propicia algunos detalles curiosos. Esta vez, Martina se dirigió en un perfecto español a los oyentes para invitarlos a elegir la propina, entre Rajmáninov y Satie. Ganó Satie y la pianista ofreció la Gnosiennenº1. Incluso en esa página, misteriosa, un punto ascética, dejó asomar su estilo impetuoso y volcánico con algunos acentos en fortissimo, prueba final de su convencida, y no exenta de audacia, personalidad artística.

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