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La necesidad, la muerte y el deseo

Amor y sexo en la Guerra Civil | Crítica

Arzalia publica Amor y sexo en la Guerra Civil, obra de Fernando Ballano donde se recoge un amplio y variado testimonio de dichas costumbres, modificadas intensamente por el conflicto.

Los fotógrafos Robert Capa y Gerda Taro durante la Guerra Civil
Manuel Gregorio González

03 de agosto 2025 - 06:00

La ficha

Amor y sexo en la Guerra Civil. Fernando Ballano. Arzalia Ediciones. Madrid, 2025. 592 págs. 26,90 €

Libro de carácter misceláneo, Amor y sexo en la Guerra Civil pretende cubrir una falla en la bibliografía dedicada al conflicto español, amplísimamente estudiado desde la hora misma de su comienzo. En el caso que nos ocupa, Ballano acumula y ordena testimonios referidos al sexo -no necesariamente eróticos, como cabe imaginar-, en los que se documenta, tanto o más que las costumbres y prejuicios de una época, aquellos cambios que introduce la guerra en el discurrir vital de quienes la padecen, lo cual incluye tanto a los combatientes, como al coro desdichado y heteróclito de la población civil.

Amor y sexo en la Guerra Civil trasciende el ámbito de lo nacional y alude a la naturaleza de las contiendas modernas

En tal sentido, Amor y sexo en la Guerra Civil ofrece dos peculiaridades, fruto de una previa determinación del autor. Una primera, como ya indicamos, es el la naturaleza testimonial de los textos recogidos, cuya inmediatez apela, con las cautelas necesarias, a la inteligencia lectora. Otra segunda es que tales testimonios, favorables o no, se extraen siempre, o casi, del mismo bando al que se alude. Precaución obvia que, al tratarse de una guerra, nos ahorrará la distinción entre la voluntad propagandística y el mero hecho testimonial, más o menos adornado por el escriba. Dicha fórmula testimonial no elude, sin embargo, la subjetividad, que se halla tanto en la selección obrada por el autor, como en las conclusiones que extrae de tales textos. En todo caso, Amor y sexo en la Guerra Civil, libro escrito con un acusado sentido del humor, no se reduce a una caracteriología de los lances amatorios durante la guerra y la primera posguerra (se incluye un último capítulo en el que se tratan, entre otros asuntos, la División Azul, la Rusia comunista y los campos de concentración franceses), sino que alcanza a cuestiones de mayor amplitud, que exceden el ámbito de lo nacional. Ya sea el nuevo papel de la mujer en los conflictos modernos, a partir de su decisiva intervención en la inmediata retaguardia de la Gran Guerra; ya la propia dinámica de la guerra, que arroja novedades de importancia, y donde la población civil adquirirá un aciago protagonismo.

Por la primera cuestión, baste mencionar la incorporación de las milicianas, margaritas, sección femenina y cuerpo de enfermería, tanto al curso del combate como a labores de cura e intendencia. Por la segunda, gracias a la escasez alimentaria y la propia indefensión motivada por el conflicto, serán muchas las mujeres que se vean arrojadas a una amarga y sobrevenida prostitución, cuyo motor inmediato fue la necesidad más perentoria. En tal sentido, serían muchas las mujeres que acompañen, de un modo u otro, a los ejércitos en campaña, para cubrir las apetencias lubricas de los contendientes. Y ello no solo por una abundancia de clientela; sino por la razón elemental de que la tropa gastaba con prodigalidad y urgencia su pecunio, ante el temor de la muerte. Esta misma fuente primaria de recursos -el soldado y su ración diaria de pesetas- serán las que procuren bodas y noviazgos, más o menos oportunos, cuyo desdichado premio fue la pensión de viudedad. Pero también el ejército de muchachas que buscaron su sustento en cabarets, salones de baile y locales de diverso orden donde el sexo, mercenario o no, tuvo su asiento.

Cabe señalar, a este respecto, que las enfermedades venéreas fueron uno de los grandes obstáculos para la lucha en ambos frentes. Jesús Arnal, secretario de Durruti, cuenta que el caudillo anarquista hubo de mandar a las milicianas a Barcelona, en vagones precintados, dada la cantidad de prostitutas que se habían introducido en sus filas, provocando el contagio de la tropa. Chaves Nogales recoge el mismo episodio, pero desmiente que se hubieran producido fusilamientos. A todo ello, Ballano añade otros aspectos de la guerra, como la pornografía, el espionaje, el testimonio de la tropa foránea, la persecución de la homosexualidad y su utilización como arma de propaganda, en la que se apeló a la falta de hombría del enemigo. Ejemplo de ello serán las acusaciones vertidas sobre Azaña y Franco (“doña Manolita” y “Paca la Culona”), si bien es cierto que tales “rumores” ya eran ampliamente utilizados antes de que comenzara el conflicto. Son numerosos los testimonios que Ballano reúne, y que atañen tanto a gentes del común como a personajes notables. A los mencionados Azaña y Franco, cabe añadir, en largo etcétera, a Pasionaria, Negrín, Queipo de Llano, Largo Caballero, Millán-Astray, el Campesino, Lerroux, Sánchez-Mazas, Miguel Hernández, Hemingway, Arturo Barea, Dos Passos, Lorca, Alberti, María Teresa León, Gerda Taro, Arthur Koestler, Priscila Scott-Ellis, Maruja Mallo..., cuyas vidas se hallan documentadas con suficiencia. A través de ellas, es una España, una Europa escarnecida y trémula, la que se adivina.

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