Esa otra obra de Antonio Rivero Taravillo

Muere Antonio Rivero Taravillo

El poeta Antonio Rivero Taravillo. / Juan Carlos Vázquez

En estas horas rotas en las que se ha ido Antonio Rivero Taravillo, leemos sus poemas. Sus cuidadas fórmulas: la antítesis, los contrarios, fuego con nieve, juegos de palabras, metáfora que ahí se estrena, experimentaciones, claridades, ritmos inesperados, síntesis de tradiciones. En estas horas rotas, estas horas contadas, de luna de Leopardi, de noche tan oscura, estamos con la palabra precisa, la expresión idónea, la idea con acento propio –con otro acento- de un autor que nos habló desde una lengua que habla a todas las lenguas.

Pero Antonio Rivero Taravillo no sólo se expresó en ese lenguaje difícil, esencial y esquivo, de la mejor literatura. Rivero Taravillo no sólo dominó los registros del estilo, el equilibrio de los tonos, la arquitectura de los géneros. Esas máscaras de la cosa escrita. No: la obra del autor alcanza algo más. Hay otra obra sobre la obra. Una obra que se amplía en la vocación pedagógica. En enseñar a quien lo pide. En acompañar a quien entrega un mecanoscrito. En proponer –siempre generoso, siempre honesto- la solución a quien pregunta; a tantos escritores, con sus dudas, con sus vacilaciones, con sus juventudes. Ese desinteresado interés hacia los demás.

Hay otra obra en esta obra, inmensa y única, que deja Antonio Rivero Taravillo. Son los apuntes y las lecturas –en una suma de erudición y sobre todo de criterio- a tantos autores a los que atendió, calle Habana, calle Alemanes, emails, mensajes en Facebook, sin más contraprestación que la literatura como fin. Sin prejuicio alguno. Sin reservas. Sin militancias. Sin parroquias. Cuántas cartas a jóvenes poetas le debemos a Antonio Rivero Taravillo. Cuántos nombres nos ha descubierto. En la traducción, en la investigación, en las divulgaciones. Cuántas conversaciones que nos han ayudado y nos han guiado.

De Antonio Rivero Taravillo quedará el poemario, la biografía, la novela, las ediciones o el aforismo. Pero también quedará esa labor discreta e íntima, esa dedicación altruista y crucial, que contribuye al poemario, a la biografía, a la novela, a las ediciones o al aforismo. Recordaremos por tanto al poeta de Lo que importa –editorial Renacimiento-; al traductor de Pound o de Graves; al articulista en las publicaciones y en la prensa; al director de Mercurio o de Estación Poesía. Y también recordaremos –muchos recordaremos- un taller, una sugerencia, un proyecto compartido. O una reseña que nos orienta y construye nuestra mirada; o una apreciación que nos proporciona la clave; o un comentario lúcido que nos facilita las tareas. Y entonces a esa obra conocida llega, como un río o un amor, otra obra, hecha a la medida de cada uno. Una obra que suma y que a su vez multiplica. Que hace a los autores y a los lectores. Ayer y mañana.

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