La peña flamenca de Londres
El cante ortodoxo de Argentina y la apabullante personalidad de Queralt Lahoz trazan las dos caras del Flamenco Festival durante su último fin de semana en la capital británica
Te bajas del avión, te compras el adaptador del enchufe en el aeropuerto, te topas con la lluvia y el verdor sin mácula de esta isla vieja y sabia -"todo esto antes era UE", te dices-, te plantas en el corazón de Londres como el que alcanza el centro de la Tierra, reniegas de tu inglés "nivel intermedio", te maravillas del desfile de belleza humana en todas sus formas, colores y atuendos, esquivas el atropello por mirar al lado equivocado para cruzar la calle y, cuando por fin atraviesas las puertas del Sandlers Wells Theatre con el alma abierta a una de las experiencias más cosmopolitas de tu más bien provinciana vida, lo que escuchas en el hall del Lilian Baylis Studio es una alegre conversación sobre las cruces de mayo de Alosno, pronunciada por tres paisanas en perfecto andaluz, que versa de panderos, fandangos y chacinas.
Esta es una de las múltiples caras del Flamenco Festival de Londres, que el 27 de mayo arrancó la programación más amplia de sus veinte años de historia. Es palpable la oportunidad de reencuentro, de conexión inmediata con las raíces para la comunidad española que representa este festival. En la oscuridad de la sala de conciertos, ajenos al latido de una de las capitales del mundo, se respira el mismo ambiente que en la más enseñoreada peña flamenca de Andalucía, su misma sensación de cercanía y exigencia para el arte jondo. Argentina encaminó sus pasos en esa dirección. Acompañada únicamente por la guitarra magistral de Jesús Guerrero, la onubense despachó un recital asentado en la ortodoxia, un periplo por la música andaluza que recaló en Cádiz con los tanguillos y las alegrías, con la bulería por soleá en Jerez, añadió un generoso ramillete de fandangos de su tierra, hasta alcanzar las latitudes americanas con la guajira y la milonga, para retomar luego la granaína -de lo más aplaudido-, la taranta o el cierre por bulerías. En este cante Argentina recordó a La Paquera, Lole Montoya o Fernanda de Utrera, incidiendo así en la inspiración femenina de su último espectáculo, Sonoridad M, dedicado al cante de mujer; subrayando de paso la importancia que a las flamencas se ha dado en esta edición del festival dirigido por Miguel Marín. La cantaora vive un momento de plenitud, con la voz más firme y profunda que nunca, inmersa en la hondura de los cantes con un saber enciclopédico.
Así que en su primera actuación en Londres el respetable le jaleó "Viva Huelva, viva Andalucía" con total libertad. Pero, entre los oles se colaba también el "wow" con que el nativo aprecia el cante bueno y verdadero. En realidad, esta es una ocasión de reencuentro entre el público andaluz y el guiri: nos conocemos de sobra, nos encontramos en los teatros de la Bienal, en las academias de baile, en los comentarios de las redes sociales de los artistas... Somos las dos caras de la misma moneda. No se engañen, el flamenco es una música internacional desde su nacimiento, y el público british es tan chanelador como el patrio. Distinguen la arena de la cal y le gritan "come on bro" a Guerrero en vez de arsa porque para eso están en su casa.
Apenas se había apagado el eco de la ovación con que despedimos a Argentina cuando otra tanda de doscientas personas recibió a Queralt Lahoz, la cantante catalana que encarnó la noche del jueves el espíritu del ciclo Beyond flamenco, con el que el Festival radiografía el efecto contagioso que el flamenco opera en otras músicas, su amplitud y continua expansión. Un refrescante contraste.
Ante un público más joven, la de Santa Coloma explicó que sus raíces andaluzas la propulsaron hacia la música. El flamenco es para ella un combustible, un motivo para reivindicar sus orígenes y celebrar a sus seres queridos, su orgullo charnego, más que unas formas musicales preconcebidas. Acompañada de las voces y guitarra de Daniel Felices, Lahoz destiló lo mejor de su estilo personalísimo de contar las cosas, en una mezcla de bolero, rap, canción española y giros flamencos donde bullen unos versos cargados de sensualidad, humor y valor confesional. Brilló más en los temas propios que en las versiones -Limosna de Amores, Al Alba, el arranque salsero de Llorarás- que estuvieron tiznadas de un tono naif, para lanzarnos un vendaval de honestidad con esas letras vivenciales; un acto de combustión emocional en el que acabó llorando, abrazada al público de la primera fila y haciendo bailar a la peña flamenca de Londres, compuesta a partes iguales por locales y guiris, que en esta ocasión éramos nosotros. Las dos caras sonrientes de la misma moneda.
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