Daddy Yankee

Cada uno a lo suyo, pero todos perrean

  • El artista puertorriqueño ofrece hora y media de reggaeton sin parar en un repaso a su carrera de quince años

Daddy Yankee en su concierto en Sevilla.

Daddy Yankee en su concierto en Sevilla. / José Ángel García

Todo el mundo sabe a lo que va a un concierto de Daddy Yankee. El chavalito que no sabe lo que es un walkman quiere hacerse el malote con Asesina y sus ritmos traperos. La enfermera millenial que no durmió la noche anterior porque estaba de guardia no piensa parar de bailar la salsa reggaetonera de Ella me levantó. Y el redactor que firma estas líneas no iba a ser menos. Los primeros botellones –mis disculpas– que vieron estos ojos tenían la banda sonora de La gasolina. Por supuesto, Ramón Luis Ayala Rodríguez, que así se llama la estrella puertorriqueña, también sabía a lo que venía el viernes noche a Sevilla. A dejar claro que él fue quien se inventó esto del reggaeton como música de consumo masivo.

Abra Spotify y busque la lista de éxitos de España. Ahí anda, en el bronce, su último temazo. Soltera, se titula. La canta con un tal Lunay, un reggaetonero de nuevo cuño con apenas 18 años, y el más ilustre heredero del jefe de todo esto, Bad Bunny. Siga bajando en la lista y se encontrará, en el puesto 16, un hit con mil millones de reproducciones en Youtube y un remix con Katy Perry que lleva el evangelio de Daddy Yankee por las radiofórmulas norteamericanas Con calma le sirvió a Daddy Yankee para abrir su visita al Palacio de los Deportes de San Pablo, donde unos 6.000 fieles lo esperaban ansiosos.

La fiesta había comenzado antes y se notaba. A las seis de la tarde abrieron las puertas con varios pinchadiscos y hasta músicos locales como Moncho Chavea. En el bar de enfrente, cinco o seis veinteañeras se acicalaban con prisa poco antes de las 21:45, pero los alaridos que salían de dentro del pabellón las sacaron corriendo del espejo. Puntual como un mayordomo inglés, el rey del reggaeton convirtió la pista de baloncesto en una discoteca. Chandal oscuro, gafas ahumadas y micrófono dorado.

En la hora y media larga que duró el concierto no hubo nada de calma, como hacía presagiar el título de esa primera canción, que combinó con dos clásicos –Rompe y Lo que pasó, pasó–. Sí, clásicos. La generación de la crisis, la que ha encadenado seis contratos de prácticas después de una carrera y un máster, ha crecido al mismo tiempo que este rapero puertorriqueño que ha sabido adaptarse a los gustos sin perder ese ritmo sincopado que caracteriza su música y la de todos sus imitadores.

El principal problema de un concierto de reggaeton es que no hay baladas para fumarse un cigarro o para ir al servicio. Es como una clase de spinning, la subida al Alpe d’Huez de la música en directo –o algo así–. El cansancio se le notaba incluso al responsable de todo este baile. A mitad del recital, según decían algunas, a Daddy Yankee le sudaban hasta las rodillas. Fue entonces, cuando el espíritu de Luis Fonsi tomó el polideportivo para que el rapero puertorriqueño hiciese un dueto con sus 6.000 fieles para devolverlos al verano en que todo el mundo bailó Despacito. Y de repente prendió La gasolina y la enfermera, el chavalito de los auriculares inalámbricos y hasta las camareras de las barras perrearon –esa danza sexual y demonizada– como si les fuera la vida en ello. Cada uno a lo suyo, pero todos hasta abajo.

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