"La política española es a menudo una feria macabra de palabrería"

Muñoz Molina presenta en Sevilla 'La noche de los tiempos', un enorme friso histórico sobre la Guerra Civil, el exilio y "los efectos de la pasión amorosa y la pasión política"

Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956), ayer en la Fnac, con un ejemplar de 'La noche de los tiempos'.
Francisco Camero / Sevilla

26 de noviembre 2009 - 05:00

Evocadora y atravesada siempre por una marcada conciencia cívica de la Historia, la obra de Antonio Muñoz Molina lleva un cuarto de siglo explorando los pasadizos secretos o ignorados que comunican el pasado con el presente, tratando de comprender en qué momento el tiempo que le ha tocado vivir empezó a ser como es. Esta búsqueda alcanza cotas monumentales en La noche de los tiempos (Seix Barral), su última novela, de casi un millar de páginas.

"No me gusta recrearme en la suerte, soy partidario siempre de encontrar la duración precisa. Pero en este caso empecé queriendo hacer un cuento sobre un refugiado de la guerra de Yugoslavia que viaja en tren y mira lo que me salió", dice el escritor ubetense, que vivió momentos de "efervescencia" durante la escritura de la obra, pero también de "abatimiento" y de dudas sobre la "viabilidad" de su proyecto.

La empresa era ciertamente complicada. El escritor se propuso retratar "los efectos de la pasión amorosa y los efectos de la pasión política". Primero quiso averiguar solamente "qué ocurre entre un hombre y una mujer", pero a la postre su protagonista, Ignacio Abel -arquitecto, socialista pragmático, defensor de las ideas regerenacionistas- lo condujo al año previo al estallido de la Guerra Civil y al derrumbe posterior de España, recreado en la novela desde el prisma del exilio.

"Leyendo los libros de Historia se tiene muchas veces la impresión de que los hechos suceden porque tienen que suceder, pero no es así. Pasa que estamos deformados por el conocimiento de la Historia. En realidad, todo pende siempre de un hilo", dice Muñoz Molina, para quien en este sentido "la Historia vista retrospectivamente es mentira". "Se suele pensar que la gente del pasado era distinta -continúa-, pero el 18 de julio del 36 era un día igual que hoy, en el que la gente estaba ocupada pensando en sus cosas. Todos damos por hecho nuestra normalidad, y de pronto se rompe inesperadamente, durante mucho tiempo, muchas veces para siempre".

Transmitir ese "sentido de lo frágil, de lo que no sabemos que va a ser", fue una de sus mayores preocupaciones. Por eso, dice, el libro está narrado en presente, por una voz que habla a los lectores no desde ese pasado que en tantas novelas es una especie de lugar donde "todo parece más claro", sino desde un pliegue del pasado donde la Historia estaba sucediendo pero aún no se escribía con mayúsculas, desde un tiempo en el que el "pasado era todavía el presente". También por eso, explica el autor, era tan importante que la novela fuera capaz de "imitar a la vida", de tener su "flujo", de recrear "la velocidad del tren en el que viaja el protagonista o la urgencia con que los amantes van por la ciudad buscándose".

Otro objetivo irrenunciable era alcanzar "la máxima veracidad". Para ello, y durante los últimos tres años, Muñoz Molina se ha zambullido en lecturas muy importantes para la documentación y el clima de La noche de los tiempos, como La forja de un rebelde, de Arturo Barea; España sufre, el diario de la guerra de Carlos Morla Lynch, un diplomático chileno amigo de muchos miembros de la Generación del 27; las memorias de Julián Marías; Días de llamas, la novela de Juan Iturralde; Guerra y vicisitudes de los españoles, de Julián Zugazagiotia, director del Diario Socialista, ministro del Gobierno de Negrín en plena guerra y "socialista de bien" asesinado por el bando franquista en 1940; o la obra de Chaves Nogales. De todos modos, aclara el escritor, toda esta tramoya de la novela está muy oculta, de manera que "no pese sobre el lector", pues su único objetivo es contribuir a hacer "verdaderas" sus páginas.

El autor de El jinete polaco, Sefarad o Beatus Ille consultó además numerosos periódicos de la época y actas de las Cortes. "No fue algo agradable. Hay algunos textos que hielan la sangre en las venas. Se dicen cosas atroces... Las palabras son peligrosísimas y no se las lleva el viento. La novela trata también de reflejar eso, la dificultad entre decir algo o no decirlo, o entre hacer algo o no hacerlo. Porque hay que tener mucho cuidado con las fronteras que se cruzan", dice. Inevitable acabar hablando aquí de la crudeza de tantas declaraciones políticas en la actualidad. A Muñoz Molina le preocupa la "feria macabra de palabrería en que consiste muchas veces la política en España". A veces, piensa el escritor andaluz afincado en Nueva York, "los españoles somos cómplices de la imagen negra y oscurantista de nuestro país fuera de él".

Claro que en este punto el autor no siente más responsabilidad que la de tratar de escribir la mejor novela posible. "Ésa no es la labor del novelista", dice, entre otros motivos porque la novela debe ocuparse más bien de "los matices". La responsabilidad, en fin, es una labor que hay que exigirle, por ejemplo, "a la escuela y a la política".

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