Raphael, la resistencia del titanio
Música
El artista de Linares volvió a derrochar carisma y veteranía en su reencuentro con el público sevillano.
Su paso por las ‘Noches de la Maestranza’ lo confirma: no hay (ni habrá) nadie como él.
El concierto de Raphael en la plaza de la Maestranza de Sevilla, en imágenes
Ha vendido tantos y tantos discos que ya ha pasado a otro nivel, porque ya no son de oro o platino, hablamos de diamante, y yo me atrevería a citar el titanio. Por su resistencia. Metal del que parece estar hecho Raphael, para entender su capacidad para sobrellevar el paso del tiempo. Aunque en un icono como él, el tiempo es un concepto relativo. A discutir, a interpretar. Banda sonora inevitable de esa España que se ha transformado, del pellejo a las entrañas, al ritmo de sus canciones. Como si se tratara de un Cuéntame de 70 temporadas, la trayectoria de Raphael nos sirve para reconocernos, e incluso entendernos como país, como sociedad. Porque ha trascendido lo musical.
Es un elemento esencial, un punto cardinal, de la historia reciente de España. Moderno y clásico, punki y melódico, atrevido y reservado, bizarro y metódico al mismo tiempo, tal vez la mejor definición de Raphael se encuentre en la representación que ofrece sobre el escenario. Un espacio que ha convertido en el patio de ese recreo en el que nunca suena la campana, tan suyo y tan nuestro, y donde no faltan los bocatas de chocolate, la electricidad y las sonrisas, como vino a demostrar en la irregular circunferencia de la Maestranza.
Podríamos citar a Johnny Cash, Charles Aznavour, Serrat, Chavela Vargas, Sinatra o Barbra Streisand, para tratar de explicar la figura de Raphael. Pero no, el de Linares (1943) es otra cosa. Tiene su propio sitio, se ha forjado, a base de talento, constancia y mucho trabajo su propio espacio y definición. Te podrá fascinar o lo contrario, pero es irrepetible, no hay nadie como él. Y quien trate de imitarlo siempre caerá en el esperpento. Porque alguien de semejante pureza no puede ser clonado.
Esa leyenda, en el esplendor de su (eterna) madurez, es la que apareció en la Maestranza, para poner el cierre al ciclo de actuaciones de esta edición. Un Raphael embutido en su característico negro, que ya es una seña de identidad, que no tardó ni dos compases en hechizar y conquistar a los asistentes. Y eso que congregaba a un público muy diverso (tatuajes, permanentes, camisas de flores, guayaberas, americanas y bermudas), de todas las edades, abundando los fieles, los raphaelistas (padres e incluso abuelos de las manos de sus nietos), pero también los curiosos, a la espera de confirmar lo que le han contado otros. Porque un concierto de Raphael tiene mucho de experiencia, en un sentido muy amplio de la palabra.
Un público cautivado y generoso, donde abundaban los acérrimos seguidores del cantante, dedicaba todo tipo de piropos y largas ovaciones a su ídolo, así como un sinfín de piropos, los “guapo” y “bravo” no dejan de repetirse. Y los “cómo está para los años que tiene”. Un ídolo que tiene mucho de obrero de su propia creación, todo un currante, que engaña a los años, como si su reloj se hubiera detenido en un tiempo inconcreto. El calendario no ha pasado por su voz, intacta y rotunda.
Perfectamente arropado por un elenco de diez músicos de gran virtuosismo, con una puesta en escena diseñada para concederle todo el protagonismo, entre el cinemascope y el videoclip, Raphael reconoció sentirse muy feliz de estar en “esta maravillosa tierra una vez más”, parada de la gira denominada Raphaelísimo. Comedido en sus intervenciones, sonriente en todo momento, dramático (a su manera) cuando la canción lo demandaba, el artista jienense fue elevando el tono emocional de su actuación conforme avanzaba la noche.
Raphael acudió a su cancionero nuclear, grabado a fuego en la memoria colectiva
En cuanto al repertorio, Raphael ha acudido a su cancionero nuclear, a ese que está más grabado a fuego en la memoria colectiva, para tratar de hacer un resumen de él mismo. Muy medido, perfectamente encajados los éxitos, para buscar la emoción o la pulsión, e incluso el baile, como en ese Raphael desaforado de Escándalo. La autoproclamación intimista de Yo sigo siendo aquel (eterno caminante que vive en cualquier parte y muere cada noche) o de Digan lo que digan (los demás); la emotividad a flor de piel de En carne viva (que yo no sé olvidar como ella olvida) o Estar enamorado (es descubrir lo bella que es la vida); o el frenesí desconsolado, doloroso y/o melancólico de Como yo te amo (nadie te amará) o Cuando tú no estás (no tengo nada). Como un pintor, minucioso y excelso, desplegando casi una treintena de tonalidades de su amplia paleta, Raphael fue representándose sobre el escenario de la Maestranza para ofrecerse y mostrarse como lo que es: un icono (que trasciende a la persona).
Parece fácil, o eso puede llegar a parecer, con semejantes mimbres, experiencia y trayectoria, la conquista del público que Raphael logra en cada actuación. Puede parecer hasta mecánico, estudiado, premeditado. Pero no, es tremendamente orgánico, sensorial. Como el diamante que se emplea para catalogar los discos que ha vendido. Esa misma pureza, irrepetible y con aspecto de irrompible, es la que cautivó al público de la Maestranza. Una nueva gran noche de emociones, electricidad y recuerdos, de confidencias y susurros, de aplausos y coros atropellados, de pacto con la eternidad. Eso que solo pueden firmar las leyendas. Raphael, puro titanio.
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