Compartir el canto y la alegría
ROSS. Novena Participativa | Crítica
La ficha
REAL ORQUESTA SINFÓNICA DE SEVILLA
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Feeling ROSS. Novena participativa. Solistas: Victoria Ramden, soprano; Mónica Redondo, mezzosoprano; Freddie Ballentine, tenor; Ricardo Llamas, barítono. Coro de participantes individuales (María Elena Gauna, directora).ROSS. Directora: Isabel Rubio. Instalación visual: Cachito Vallés.
Programa: Sinfonía nº9 en re menor Op.125 Coral [1824] de Ludwig van Beethoven (1770-1827)
Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Jueves, 10 de julio. Aforo: Lleno.
Dos siglos después de su estreno en Viena, la Novena sinfonía de Beethoven sigue siendo una obra abierta a nuevas lecturas. También a nuevas voces. Nunca antes se había intentado en Sevilla algo así. Ofrecer la Novena de Beethoven con un coro formado por cientos de voces amateurs, reunidas expresamente para la ocasión, era novedad para una ciudad habituada a versiones participativas de El Mesías o incluso de algún Carmina Burana. Pero enfrentarse a la Novena no es lo mismo. Más allá de su poderosa carga simbólica, la obra impone por la dificultad técnica y expresiva de su escritura vocal.
Por eso, el primer reconocimiento debe dirigirse a María Elena Gauna e Isabel Chía, artífices de la preparación de estos casi quinientos coralistas improvisados que, repartidos entre la escena y las terrazas del teatro, cumplieron con creces el propósito esencial del proyecto: no ofrecer una versión pulida ni académica de la obra, sino vivir el canto desde dentro, compartir la música y la alegría, e invitar al público a esa experiencia común. Hubo, claro, desajustes, inseguridades, momentos de empaste frágil. Pero también toneladas de entusiasmo, entrega y emoción, y eso terminó por traspasar las barreras que suelen separar al intérprete del oyente, diluyendo la distancia entre escenario y platea en una celebración verdaderamente compartida. Los cantores disfrutaron, y esa alegría –que es, en el fondo, el núcleo último de la obra– llegó al espectador con una fuerza difícil de ignorar.
Más allá de la vivencia subjetiva, desde una perspectiva puramente objetiva, el resultado fue además digno. También en lo puramente orquestal. Esta Novena ofreció una impresión muy distinta a la que la semana anterior dio la ROSS como cierre de su abono de temporada. Si entonces la lectura de Guillermo García Calvo resultó gris y anodina, carente de impulso y de carácter, un Beethoven inesperadamente vulgar de uno de los más prestigiosos maestros españoles del momento, ahora la dirección de la murciana Isabel Rubio aportó energía, intención y una notable sensibilidad musical, con un trabajo mucho más detallado sobre las dinámicas. Desde el podio, Rubio logró una conexión mucho más viva con la ROSS, que respondió con mayor compromiso y atención al detalle. Y eso que faltaron casi todos los primeros atriles de la cuerda (sólo Lucian Ciorata estuvo, impecable como siempre, al frente de los contrabajos), aunque es cierto que como concertino se invitó a Cecilia Bercovich, una estupenda violinista, que hizo una labor soberbia.
Rubio consiguió algunos momentos particularmente logrados, como el arranque del Scherzo, enérgico y preciso, que supo transmitir la electricidad rítmica de la página, si bien después la tensión tendió a diluirse. También el Adagio, quizá el más exigente de los movimientos por su necesidad de aliento lírico y construcción interna, encontró aquí un fraseo cuidado, flexible y elegante, capaz de transmitir toda la emoción de la música.
Tampoco desmereció el cuarteto vocal. Victoria Ramden proyectó con limpieza y la potencia exigida su complicada parte, Mónica Redondo logró hacerse oír con claridad y autoridad, Freddie Ballentine mostró alguna limitación en la franja aguda, pero defendió con entrega su parte, lo mismo que Ricardo Llamas, que acaso no resiste la comparación con el casi inhumano José Antonio López de la semana anterior, pero resolvió sin apuros su cometido. La homogeneidad fue, en cualquier caso, suficiente para que el momento coral brillara con sentido.
El elemento visual, concebido por el artista Cachito Vallés, consistía en una proyección continua sobre una gran pantalla que acompañó toda la interpretación. El vídeo arrancaba con imágenes de nubes oscuras y densas, que poco a poco iban dando paso a cielos estrellados, formaciones galácticas y, más adelante, a secuencias de carácter más abstracto, en una evolución visual que parecía querer sugerir un tránsito del caos a la armonía. Aunque la propuesta no estorbó y en ciertos momentos llegó a acompañar con discreción el clima sonoro, su aportación al conjunto fue más decorativa que significativa, sin una verdadera articulación con la estructura o el pulso de la sinfonía. A ello se sumó un fallo técnico que dejó inoperativa durante buena parte del movimiento final una franja central de la pantalla, lo que redujo aún más la eficacia de un recurso que, en cualquier caso, no se antojaba imprescindible.
Y una última cosa destinada a los responsables del Maestranza. Desde hace años, la climatización de la gran sala del teatro es por completo inadecuada; en ocasiones, inaceptable. Que un día de julio se esté más fresco fuera que dentro del teatro debería hacer reflexionar a alguien. ¿De verdad nadie ve (¡ni escucha!) los abanicos?
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