Distendida matinal clásica

Solistas ROSS | Crítica

Solistas de la ROSS en el Espacio Turina durante último concierto del ciclo de cámara de la orquesta / Juan Pedro Donaire

La ficha

SOLISTAS ROSS

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Ciclo de música de cámara de la ROSS. Solistas ROSS: Alexa Farré Brandkamp y Uta Kerner, violines; Alberto García Pérez, viola; Ivana Radakovich Radovanovich, violonchelo; Mathew James Gibbon Whillier, contrabajo; José Luis Fernández Sánchez, clarinete; Ramiro García Martín, fagot; Joaquín Morillo Rico, trompa.

Programa: Octeto en fa mayor D.803 [1824] de Schubert (1797-1828).

Lugar: Espacio Turina. Fecha: Domingo, 25 de mayo. Aforo: Dos tercios de entrada.

Pese a sus vastas proporciones (seis movimientos, una hora de duración), el Octeto en fa mayor de Schubert respira el espíritu del divertimento dieciochesco: una música concebida más para el placer que para la trascendencia. La escritura combina elegancia, lirismo y cierto desenfado con pasajes de hondura contenida, sin abandonar nunca del todo esa vocación de compañía, de música que entretiene sin vulgarizarse, ligera, pero refinada, casi el fondo perfecto para una recepción cortesana. En este sentido, resulta fundamental que cualquier interpretación sepa captar esa tensión entre la ligereza formal heredada de la tradición clásica y la sensibilidad más amplia y expansiva del primer Romanticismo.

Y ahí la interpretación de este escogido conjunto de solistas de la ROSS fue un acierto: desde el primer acorde, que pareció tener vocación sinfónica, se impuso una corrección sin mácula, con una afinación impecable y un cuidado empaste. Los movimientos más afines al carácter lúdico del Octeto, como el Scherzo y el Menuetto, resultaron particularmente logrados. Se abordaron con agilidad, ligereza de articulación y una elegancia danzante que pareció devolver la música a sus raíces clasicistas. También el Andante con variaciones encontró un tono muy adecuado: lirismo contenido, fraseo cuidado y una paleta de colores bien manejada que mantuvo el interés a lo largo de sus sucesivas metamorfosis.

Acaso lo más discutible fuera el homogéneo tratamiento de las dinámicas; faltaron contrastes más acusados que permitieran dar mayor relieve expresivo a ciertas secciones. El Adagio, en particular, quedó algo plano: si bien técnicamente correcto, no logró desplegar todo el contenido afectivo que encierra, ni encontrar ese punto de suspensión emocional, de melancolía que tan bien sabe manejar Schubert en sus movimientos lentos. Por el contrario, el Finale recuperó el pulso dramático con decisión: el trémolo del violonchelo marcó con claridad el arranque del movimiento, y la interpretación mantuvo desde ahí un buen equilibrio entre tensión y desenfado, cerrando una interpretación globalmente lucida y disfrutable en esta última matinal del ciclo de cámara de la orquesta.

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