Las tablas arrojadas de Krzysztof Kieslowski

El misterioso personaje, de ecos angélicos, que puntea 'El decálogo'.
Alfonso Crespo

17 de septiembre 2009 - 05:00

DVD. 'El decálogo'. Director Krzysztof Kieslowski. Con Artur Barcis, Jan Tesarz, O. Lukaszewicz. DeAPlaneta.

Kieslowski, como ahora lo es Kaurismäki o Almodóvar, fue hombre de imagen, cineasta vocacional que prefería mirar al hombre a través del encuadre de una cámara que directamente a los ojos. El director de El aficionado (1979) no tardó en experimentar el desaliento ante lo real, ante las esquivas apariencias, y después de una primera etapa de documentalista erigiría su carrera de ficción como un metódico demiurgo que hurgaba en las disyuntivas humanas a través de un inconfundible despliegue estético; uno que, en sus mejores momentos, logró trascender el decir, el mensaje, y mostrar el índice de esa densa complejidad ante la que el espectador calla y agacha humilde la cabeza.

Y lo mejor de Kieslowski se concentra en El decálogo (que ahora se edita entre nosotros en dos packs gemelos), mítica serie de televisión orquestada en una esquizofrénica Polonia que, a finales de los ochenta, miraba muy quietecita cómo caía el muro de Berlín y se cerraba otro capítulo de un siglo de aúpa. Fue, según cuentan, el guionista -y estrechísimo colaborador- Krzysztof Piesiewicz quien le propuso a Kieslowski representar los diez mandamientos en parábolas contemporáneas cuajadas de cuitas filosóficas y dilemas éticos. El resultado final fue una obra conmovedora, irónica, pesimista, que examina con metálica frialdad un vecindario polaco en tanto metáfora de una sociedad enrocada donde se actualizan los eternos conflictos humanos. Éstos caen sobre hombres y mujeres con toda su gravedad, pues aquí aún andamos lejos de la volátil espiritualidad de Azul, Blanco y Rojo. Como detectara el filósofo Slavoj Žižek , en los diez capítulos -que al contrario de lo popularizado sí hacen referencia a un mandamiento en concreto, con un significativo décalage: el primer capítulo se referiría al segundo (la prohibición de tener ídolos), avanzando así la serie hasta que el décimo capítulo remita a la primera ley (la exclusividad debida al Dios único) y cierre el círculo- se escenifica el celo del Dios duro y vengador, vecino de los demiurgos de la tradición gnóstica: en Eldecálogo, además de Kieslowski y ese personaje seráfico que se cruza con los protagonistas que rumian sus decisiones, el gran testigo e implacable observador es el "cruel Dios de la División, el Dios de Matías [...], el Dios que vino a enfrentar al hijo con el padre, el Dios que suspende todo orden positivo, el Dios de la negatividad absoluta". Pero en este erial de pequeñas miserias, de dolorosos azares y tanto agente maquiavélico, hay lugar para potentes heroicidades, ya que aquí, como también nos recuerda el pensador esloveno, se trata del nacimiento de una consciencia ética, pues cada regla, el mandamiento moral que principia cada capítulo, promueve una violación, una finta que propicia el descongelamiento de la dimensión ética en los personajes.

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