Crítica de Ópera

El triunfo de la música

Una escena de la representación, con dirección escénica de Marco Gandini.

Una escena de la representación, con dirección escénica de Marco Gandini. / antonio pizarro

La falta de riesgo en las propuestas escénicas del Maestranza se está convirtiendo ya en una tradición (peligrosa) y este Falstaff vino a ratificarla, con una producción japonesa de absoluto clasicismo, en la que cada línea del libreto es respaldada por su correspondiente movimiento en la escena. Sin derroches de atrezzo, con un vestuario colorista y sugerente, Gandini construye la acción con una pretensión de realismo casi obsesivo, pero pone lo mejor de su oficio en un trabajo actoral de primerísimo nivel, que rescata la puesta en escena de cualquier atisbo de ranciedumbre.

Por encima de la acción puramente teatral, se impuso la dramaturgia musical (y con ella, la música), diseñada de manera magistral por Verdi y ejecutada de forma extraordinaria por un Pedro Halffter en el que, en mi opinión, es su mejor trabajo en el foso del Maestranza con un título italiano.

Halffter dejó su mejor trabajo en el foso del Maestranza con un título italiano

Falstaff no exige grandes virtuosos de la voz, aunque sí un conjunto de buenos cantantes, y el Maestranza los reunió. Pero por encima de todo la obra exige una batuta capaz de sincronizar y coordinar ese auténtico torrente de inventiva musical a todo ritmo que contiene la partitura de Verdi, con su abundancia de números de conjunto, sus acciones simultáneas (con ritmos superpuestos incluidos) y su exquisita orquestación, que requiere casi la precisión del mejor músico de cámara. Halffter extrajo lo mejor de la ROSS, clarificó las texturas y matizó hasta el último detalle, encontrando siempre el tempo justo y la dinámica adecuada para cada momento de la acción.

Brilló también el elenco. Manolov, voz poderosa, se mostró como gran dominador del tempo, tanto el actoral como el musical, en un papel que no es fácil, pero sí agradecido. Maravilloso el cuarteto de comadres: radiante, límpida, clara la voz de Heaston como Alice; de graves impolutos y calidez intachable la Quickly de Zaremba; sólida en los conjuntos la Meg de Tobella; y deliciosa toda la noche Natalia Labourdette como Nannetta, con agudo fácil y una línea de canto de enorme musicalidad natural, que se impuso tanto en las respuestas a la fórmula mágica de Fenton ("bocca baciata") como en su inolvidable invocación a las hadas del último cuadro.

Magnífico el Ford de José Antonio López, voz baritonal noble y homogénea, fraseador inteligente y sensible, capaz de mil matices expresivos en su monologado elogio de los celos. Buenas intenciones pero algo corto de potencia y de lirismo el Fenton de Astorga. Montero, Ombuena y Lanchas completaron con excelencia un reparto al servicio de la música vivaz y prodigiosa de un Verdi octogenario.

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