Muere Carmen Sevilla

Las tres vidas cinematográficas de Carmen Sevilla

Carmen Sevilla  con el actor italiano Gabriel Ferghetti durante el rodaje de la película 'Crucero de verano'

Carmen Sevilla con el actor italiano Gabriel Ferghetti durante el rodaje de la película 'Crucero de verano' / DS

Aunque Carmen de España la crearan Quintero, León y Quiroga en 1953 para el espectáculo de Juana Reina El puerto de los amores, Carmen Sevilla aprovechó su nombre para hacerla suya pocos años después. Tan de España era, y no la de Merimée, manola valiente y con bata de cola, pero cristiana y decente, que no maneja el cuchillo ni a la hora de comer, que su primera aparición en la pantalla, con tan solo 16 años, la hizo en Hombres ibéricos, un documental de 1946 sobre los primeros pobladores de la península -¡esto sí que es ir a la raíz hispánica!- dirigido por el singular pintor, escenógrafo y cineasta Domingo Vidalomat. Un año después Juan de Orduña le dio un papelito sin acreditar a esta nieta del popular comediógrafo y periodista satírico José García Rufino, Don Cecilio de Triana, hija del famoso compositor y letrista Antonio García Padilla y ahijada de Estrellita Castro, en Serenata española, una biografía digamos que más bien libre de Isaac Albéniz cuyo reparto encabezaba la también sevillana Juanita Reina. Y solo dos años más tarde Jalisco canta en Sevilla, primera coproducción entre México y España tras la Guerra Civil, compartiendo pantalla con el ídolo Jorge Negrete, la convirtió en 1949 en una estrella cuando aún no había cumplido 20 años. La dirigió un gran realizador mexicano, Fernando de Fuentes, el creador de la comedia ranchera con Allá en el rancho grande (1936).

A partir de este éxito los años 50 fueron para ella una década de oro: 27 películas en diez años. Fue dirigida por los más grandes realizadores españoles: Luis Marquina en Filigrana y Aventura para dos (codirigida con Don Siegel), Florián Rey en Cuentos de la Alhambra, Luis Lucia en La hermana San Sulpicio y Un caballero andaluz, León Klimovsky en La pícara molinera, Antonio Román en Congreso en Sevilla y La fierecilla domada. Y actuó en las coproducciones tan abundantes en aquella década y la siguiente junto a los más populares o más grandes cantantes, actores y actrices internacionales: con Luis Mariano en El sueño de Andalucía y Violetas imperiales, con Antonio Vilar y Martine Carol en El deseo y el amor, con Paulette Goddard y Gipsy Rose Lee en Muchachas de Bagdad, con Arturo de Cordova en Reportaje, con Pedro Infante en Gitana tenías que ser, con Fernandel en El amor de don Juan, con Ricardo Montalbán en Los amantes del desierto y con Vittorio De Sica en Pan, amor y Andalucía.

A esas alturas Carmen Sevilla era la mayor y más popular estrella del cine español. Le faltaba el prestigio que daba el nuevo cine realista español y se lo dio en 1959 su interpretación junto a Raf Vallone y Jorge Mistral en La venganza de Bardem, presentada en el festival de Cannes y primera película española seleccionada para el Oscar, que la consagró como una buena actriz dramática, rumbo que para bien o para mal solo siguió en el último tramo de su carrera. Nadie podía hacerle sombra. Sara Montiel, con una larga carrera como secundaria desde 1947 y una etapa importante en México y Hollywood entre 1950 y 1957, no se convertiría en una gran estrella y un futuro mito hasta El último cuplé y La violetera en 1957 y 1958. Juana Reina y Lola Flores jugaban en otra liga.

Carmen Sevilla tenía una singular personalidad, no solo en su forma de cantar y de actuar, también en su físico, muy “moderna”. No tenía la languidez sensual de Sara, ni la arrolladora y genial gitanería de Lola, ni la perfección vocal de Juana. Una modernidad que de alguna forma se sancionó con su boda en 1961 con Augusto Algueró, el músico de la música ligera moderna alejada de la copla, el Henry Mancini del cine español que puso banda sonora a las comedias del desarrollismo –Las chicas de la Cruz Roja, El día de los enamorados, Amor bajo cero, Siempre es domingo, Festival en Benidorm- y a las películas de Marisol –Ha llegado un ángel, Tómbola, Marisol rumbo a Río- y de Rocío Dúrcal –Canción de juventud, Rocío de la Mancha- que fueron dejando atrás la edad de oro del cine de copla. Era la Carmen Sevilla yeyé con gracejo folclórico andaluz que hizo la en su día popularisima campaña publicitaria de Philips con la canción Flamenca yeyé -título revelador de lo que Carmen representaba- compuesta por Algueró y escrita por Rafael de León: “Yo soy una flamenca ye-yé / Y en mi casa no falta de ná / Pues a Philips mandé de poner / lo mejor pa guipar y escuchá… Familia Philips, familia Philiz. / Tú di conmigo sentrañas, que sí: / Se ven más claros los toros y el gol / cuando es Philips el televisor. / Por eso España repite ya así: / familia Philips, familia Philiz”.

En la década siguiente fue dejando atrás a la folclórica, aunque jugara ese papel en clave moderna: inició los años 60 como la María Magdalena del Rey de Reyes de Nicholas Ray y lo más cerca que en los 60 y los 70 estuvo del género de copla fue compartiendo cartel con Lola Flores y Paquita Rico -es conocida la anécdota de que al no ponerse de acuerdo las tres divas sobre su orden en los créditos se hizo girar sus nombres con un efecto de molino- y en las actualizaciones yeyés de los clásicos Camino del Rocío y El relicario dirigidas por Rafael Gil, a lo que se puede sumar su aparición en el musical all star El taxi de los conflictos junto a “modernos” como Massiel, Manolo Otero, Concha Velasco o Peret y folclóricas como Paquita Rico o Lola Flores. Desde finales de los 60 y sobre todo en los 70 sus éxitos fueron comedias modernas progresivamente desinhibidas -estamos en la década del destape, aunque para ella sin desnudos integrales- como Enseñar a un sinvergüenza, Una señora llamada Andrés, El apartamento de la tentación, la disparatada Embrujo de amor con la estrella argentina rock y pop Sandro o Sex o no sex, más una contribución internacional en el shakesperiano Marco Antonio y Cleopatra junto a Charlton Heston e Hildegard Neil.

Y hubo otra Carmen Sevilla en los 70. En 1971 Adolfo Waitzmam y José María Forqué le cortaron a su medida el monumento erótico-pop La cera virgen. Pero los 70 supusieron sobre todo el redescubrimiento de Carmen Sevilla, en la estela de su papel en La venganza, como actriz dramática con el inmenso éxito del thriller con fuerte carga erótica y morbosa El techo de cristal, dirigida por Eloy de la Iglesia, con la que obtuvo el premio a la mejor interpretación del Círculo de Escritores Cinematográficos. Nacía otra Carmen Sevilla, definitivamente liberada frente a la cámara, aunque siempre sin llegar al desnudo integral: “Enseñaba las piernas, las tetitas -decía con su gracia habitual- pero desnudo integral ¡nunca!”. En esta nueva línea repitió con Eloy de la Iglesia Nadie oyó gritar, interpretó a las órdenes de Pedro Olea No es bueno que el hombre esté solo, a las de Gonzalo Suárez La loba y la paloma y a las de Romero Marchent La noche de los cien pájaros. A finales de los 70 dejó el cine. Sus últimas interpretaciones –La viuda blanca en 1986 y Ada madrina en 1999- fueron televisivas. Su última popularidad la debió a las presentaciones del Telecupón entre 1991 y 1997 y de Cine de barrio entre 2004 y 2010. Después, el olvido. Suyo, por desgracia, a causa de su larga enfermedad, pero no del país que nunca la olvidó y hoy la despide con una pena cariñosa que no excluye una sonrisa agradecida a quien hizo un poco más amable la vida.  

Fue la única actriz española por la que me preguntó Fellini en mis años romanos. “Che bellezza! Che perfezione!” me dijo este creador de mitos eróticos. Tenía razón. Fue, y será siempre en celuloide, quizás la actriz de más perfecta belleza del cine español, con un punto de frialdad clásica, atributo de la perfección, que multiplicaba su atractivo. Fue, sobre todo, además de una simpatiquísima compañera de vida a través de más de 65 películas, un puñado de alegres canciones y sus singulares apariciones televisivas, una buena actriz que llegó hasta donde el cine comercial español de aquellos años lo permitía. 

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