La música de Vivaldi como materia viva
VIVE VIVALDI - LAS CUATRO ESTACIONES INTEMPORALES | Crítica
Las cuatro estaciones sonaron en el Cartuja Center como un material vivo, filtrado por miradas contemporáneas y sostenido por una lectura sobria y exigente
Esto no es una historia de la música
Anoche en el Cartuja Center Cite, cuando interpretaba las Cuatro estaciones intemporales, Daniel Rowland vino a mirar la obra de Vivaldi desde el presente. No como un gesto revisionista, sino desde la práctica de escucharla como un material vivo, maleable, capaz de dialogar con otras escrituras sin perder identidad. La escasa cantidad de espectadores que acudimos al auditorio asistimos a una conversación entre épocas, la obra se escuchó atravesada por otras miradas —las de Philip Glass y Max Richter— y devuelta al oyente con una claridad inesperada que Rowland persiguió priorizando el pulso interno frente al virtuosismo ornamental.
Desde el primer compás del American Four Seasons de Glass quedó claro que el planteamiento huía del Vivaldi ilustrativo. La música avanzó sostenida por un pulso constante, casi hipnótico, donde los motivos regresaban transformados y depurados; Rowland se había quedado solo con la esencia. El tempo no buscó el impacto inmediato, sino una respiración amplia, casi orgánica, y esa elección marcó toda la primera parte del concierto. La célebre partitura perdió énfasis y ganó atmósfera; no describió estaciones, más bien fueron estados de ánimo en los que el invierno se instaló y el verano vibró desde dentro, con una continuidad que diluía cualquier frontera clara entre movimientos.
La Stift Festival Orchestra, flexible y precisa, fue pieza clave en ese equilibrio. Formada por músicos habituados tanto al repertorio clásico como a proyectos contemporáneos, la orquesta respondió con una escucha colectiva muy afinada y sus cuerdas dibujaron capas limpias, transparentes, dejando respirar la repetición sin que esta se volviera mecánica. Bajo la dirección —y el violín— de Rowland, la orquesta encontró un punto exacto entre tensión y contención, una claridad estructural sin frialdad, permitiendo que las relecturas de Glass y Richter dialogaran con el Vivaldi original sin jerarquías marcadas ni rupturas bruscas.
En Vivaldi Four Seasons Recomposed de Richter, los ecos barrocos aparecieron y desaparecieron como recuerdos, incrustados en una escritura que insistía, giraba y acumulaba emoción por sedimentación. Aquí la música pareció adquirir una dimensión casi visual, algo reforzado por las imágenes generadas en directo por Cristhos Constantinou, que acompañaron la partitura con formas en movimiento, luces y texturas cambiantes que respiraban con la música, más que limitarse a ilustrarla. No había ocurrido así en la primera parte del concierto, la de Glass, en la que nada se resolvió de forma inmediata, todo se sostuvo; el tiempo se estiró muchísimo, la repetición se convirtió en paisaje y los espectadores fuimos invitados a permanecer, no a anticipar, como sí pasó después con Richter, donde la memoria del Vivaldi original aparecía y se desvanecía como un reflejo intermitente.
Rowland mostró una trayectoria marcada por el cruce de lenguajes. Su paso por el Brodsky Quartet explica su forma de entender la música como un espacio permeable, acostumbrado al diálogo con compositores vivos y a proyectos híbridos como los desarrollados junto a Elvis Costello, en los que la estructura no está reñida con la emoción directa. Anoche, esa experiencia tomó forma en una lectura sobria, sin subrayados innecesarios, más allá de algunas acentuaciones fugaces desde el arco y desde el gesto, que confió más en la escucha que en el impacto. Rowland se situó entre Vivaldi y nosotros como mediador que abre un claro y da un paso atrás, dejando que la música se explicara sola, permitiendo que cada oyente la recorriera a su propio compás.
Cuando el concierto terminó, no nos quedó la sensación de haber vuelto a escuchar una obra conocida, sino la de haberla recorrido desde dentro. Resultó inevitable pensar que una propuesta de esta ambición —impulsada por la productora Maelicum— merecía un auditorio mucho más lleno de espectadores dispuestos a dejarse llevar por una escucha exigente y poco complaciente. Anoche en Cartuja Center no faltó espectáculo, lo que faltó fue público.
Temas relacionados
No hay comentarios