Hay un hecho que se percibe mucho en la ciudad hispalense y que cada vez se repite más. Incluso hemos llegado a verlo y oírlo con naturalidad y normalidad, y es gracias a la acción de las hermandades y cofradías. Cuando escuchamos a los jóvenes y niños hablar de su Virgen por las calles o en sus reuniones con toda naturalidad, hablando del manto, de la saya o de las flores que lleva su Sagrada Imagen; y conversan entre ellos con toda espontaneidad, como si se tratase de una amiga más, que lleva un manto o una saya nueva... Esa proximidad hablando de sus Sagrados Titulares es porque la viven en el día a día y charlan de Ella con toda confianza, como si se tratase de una amiga más, que aman y adoran. Igual ocurre cuando conversan de su Nazareno, Cautivo o de su Cristo, sobre las flores que llevan o la marcha que le han tocado o como ha sido tal chicotá. Lo han normalizado en su cotidianidad, hasta llegar a formar parte de sus vidas diarias.

Todo ello es gracias a las hermandades, al vivir la juventud la vida de hermandad: el montaje de sus cultos, su celebración, el ayudar durante todo el año a los quehaceres de la hermandad, el ir a rezar a la capilla de su Virgen o de su Cristo. Los jóvenes viven momentos auténticos de fe, de devoción y de solidaridad con alegría e ilusión. Además son un ejemplo de voluntariado solidario altruista.

Pero hay un culto que debemos potenciar entre nuestros hermanos y hermanas como es el rezo al Santísimo Sacramento, que cada vez las hermandades están potenciándolo más, porque muchas veces no se acercan por desconocimiento, por falta de catequesis. Por eso, las cofradías tienen que formar a sus hermanos y hermanas, y catequizarlos; deben aprovechar esa cercanía de la juventud para que vivan con María y Jesús Sacramentado y sientan su cercanía en sus vidas y las compartan con la Madre de Dios y con su Sagrado Hijo.

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