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Análisis

Juan Ruesga Navarro

Desayuno en Doña Elvira

Sevilla lleva algo más de un siglo perfeccionando ese escenario urbano lleno de historia

Hace unos días, por razones de trabajo, tuve que ir desde la Puerta de la Carne hasta Correos y crucé por el barrio de Santa Cruz. Era un mañana soleada que invitaba al paseo. Por Jardines de Murillo, Glorieta de García Ramos, Plaza Alfaro, Agua, Pimienta, Venerables y Gloria, llegué a Doña Elvira. La plaza se apareció en todo su esplendor. La imagen era magnífica. Durante un momento tuve la sensación de que esa suma de belleza, talento y sensibilidad me llegaban directamente. No en vano Sevilla lleva algo más de un siglo perfeccionando ese escenario urbano lleno de historia. Desde el Marqués de Vega Inclán, precursor del turismo en España y que lanzó la idea de sanear el barrio y hacerlo turístico, cuando algunos sevillanos querían derribarlo para ir más rápidamente hasta la estación del ferrocarril en San Bernardo. El mismo marqués tenía unas casas en la calle Justino de Neve que transformó en la primera hospedería del entorno. Buen ojo. Y la sabiduría del arquitecto Juan Talavera y Heredia que trazó la plaza, su detalles decorativos y algunas de sus bellas casas. Y otros muchos arquitectos y artesanos. Paso a paso. La apertura y alineación de la plaza con forma rectangular. Las primeras casas regionalistas. La urbanización con los arriates de azulejos blancos y verdes y los bancos de piezas de Mensaque. La bella fuente de mármol rosado. El suelo terrizo y los pavimento de chinos en las calzadas. Un poco después, más arriates en el interior y una bella labor de cantos rodados blancos y negros completaron la arquitectura. El crecimiento de los naranjos hasta tocarse las copas terminó el conjunto. Y todo ese atractivo no puede sorprendernos que sea admirado. Para eso lo hemos hecho. Pero en la plaza hay más. Como en un viejo escenario, salen a nuestro encuentro Doña Elvira de Ayala, hija del canciller de Castilla, de cuya casa toma nombre el enclave. Y el público y comediantes del Corral de Doña Elvira que ocupó el solar en el Siglo de Oro. También los pasos de leyenda, como los de la bella Susona y Doña Inés de Ulloa que Juan Tenorio rondaba después de contar su andanzas en la Hostería del Laurel. Son sólo rumores, pero quizás para José Zorrilla fueran algo más. Y para Amalio García del Moral desde su estudio. Y para los pintores que hacían acuarelas de la plaza para venderlas en las tiendas próximas al Alcázar.

Cuando llegué, la plaza estaba casi vacía. Los pocos veladores colocados a esa hora no estaban ocupados, salvo uno. Un hombre con aspecto de forastero desayunaba con tranquilidad. Lo envidié y me dije: ¿Porqué no sentarme a tomar un café allí mismo?. Aunque tenía algo de prisa, retiré una silla para acomodarme y al momento aparecieron por la calle Gloria no menos de cuarenta turistas japoneses con sus guías, que se distribuyeron de inmediato por toda la plaza. Algo se rompió. Coloqué la silla en su sitio y me marché camino de la Alianza. Por un momento disfruté de la oportunidad. Pensé que era mejor volver otra mañana, un poco más temprano, para poder encontrarme con los antiguos habitantes de la plaza de Doña Elvira.

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