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En teoría los elegimos para que resuelvan problemas, no para que los multipliquen, para que sumen y no para que resten, y no son pocos los que se están erigiendo en pleno calvario de la pandemia en fábricas de vergüenza ajena.

Para cualquier persona atenta a la actualidad informativa debe ser un suplicio cargar día tras día con la constatación de que la lucha partidista brota y rebrota al unísono con el Covid-19.

Madrid es una ciudad instalada en el absurdo y está dejando de confiar en sus gobernantes, los unos, o en los opositores a tales, los otros. A diestra y siniestra como dicen por la derecha. Y todos, por todos los lados, se sienten ahítos de razón. La capacidad de contradicción de Pedro Sánchez no tiene nada que envidiar a la de Isabel Díaz Ayuso. Son personajes dignos del sublime marxismo grouchista, aunque no hacen ninguna gracia porque detrás del grotesco espectáculo que están dando entre la Puerta del Sol y el Palacio de La Moncloa se ha plantado una pandemia feroz que genera toneladas de dolor, miedo y miseria sin solución de continuidad.

El Gobierno está aprovechando las evidentes limitaciones de Díaz Ayuso para acabar con la inveterada hegemonía del PP en la Comunidad de Madrid, en la que gobierna ininterrumpidamente desde 1995. El confinamiento selectivo que decretó la presidenta regional antes de que le impusieran la homogeneidad restrictiva sin clasismos deparó situaciones surrealistas como la de La Ardilla, un bar de Vallecas en zona confinada aunque con la terraza en la acera de enfrente, libre de restricciones, con lo que sus clientes en rigor no podían ir al baño...

La gente está muy harta del politiqueo y los periodistas lo alimentamos con análisis, por lo común dogmáticos y siempre de la misma parte. ¡Qué poquitos y por tanto admirables columnistas y tertulianos se libran del sectarismo y de criticar o jalear como por defecto siempre a los mismos! ¡Ya me gustaría ser como ellos! (mejor no doy nombres, son más que consabidos para los iniciados).

No es de extrañar que con tanto faltón a piñón fijo no poca gente opte por apagar la tele y hacer bocadillos con los periódicos para dejar de deprimirse con discusiones bizantinas que esconden ansia de poder, egos desbocados y mediocridad partidista a raudales.

Y brindo por Yolanda Díaz, cuya figura se agranda pacto a pacto con los agentes sociales con naturalidad y sin estridencias blandiendo una sonrisa (rotundo y sutil signo de inteligencia), no mezquinas espadas partidistas. La antítesis, a todos los niveles, de la otra Díaz en boga (una es ministra de Podemos, la otra es un cachorro de la camada ultraliberal de Esperanza Aguirre), son como la noche y el día...

Hay una tercera Díaz que les resulta harto familiar a los andaluces. La ex presidenta trianera de la Junta no comulga ni con la una ni con la otra y navega entre sordina, como desaparecida en combate, desde que está en la oposición, sin los bafles del poder.

Algunos políticos dan vergüenza ajena y hastío, otros esperanza y alivio, pero éstos últimos hacen mucho menos ruido. Lo peor para la presidenta del centro (geográfico) es que el pasado es la memoria del porvenir y seguro que no sólo los clientes de La Ardillase van a poder acordar de un montón de cosas y penurias a la hora de volver a votar. Lo tienes crudo Ayuso. En Parla y en Berlín.

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