Todas hemos sido como tú. Algunas aún lo son. Hemos vivido el frenetismo de los primeros años, dueñas de nosotras mismas y rebeldes, salmones de río nadando contra las normas o contra lo establecido. Todas hemos querido adelantarnos un poco a nuestro tiempo y a nuestra propia vida, como si se acabara de pronto la partida y no se te diera la opción de volver a empezar. Todas hemos huído de las responsabilidades, hemos hecho locuras, reído a carcajadas, rodeado de la gente menos correcta, acabado la noche con un desconocido que te pareció simpático. Echando aquel humo viciado a nuestros pulmones entre clase y clase, a escondidas de los profesores, cogiendo prestados los pintalabios y los tacones más altos para parecer algo que no éramos, adultas con capacidad para serlo y decidir en consecuencia.

Diecinueve años no son nada. Son lo bastante poco como para no poder decidir si en una noche de verano acabas con cinco tíos en un portal, sin pensar en las consecuencias que puede desencadenar este gesto. No es educación, ni clase, ni atrevimiento, ni siquiera es alcohol. No tiene nada que ver con eso. Todo eso que te atribuyen puede ser tan nuestro como es tuyo. Es la falta de libertad para vivir la sexualidad como se quiera desde el mismo principio, son los tópicos y las realidades cercenadas por el hecho de ser una hembra y tener que comportarte como tal, es la duda ceñida sobre tu palabra, o tu consentimiento que tardó demasiado en desdecirse, mientras una panda de malnacidos aprovechó el impás y te penetró en conjunto. Sin reparo. Sin conciencia. Sin detención. Cinco mentes que no censuraron. Como si se tratara de un racimo de impredecibles animales que tienen que saciar su instinto.

Todo eso que te achacan, somos, de repente, todas. Porque no es más que la probabilidad de la una entre un millón y -ay querida niña- es que desafortunadamente te ha tocado a ti. Porque nosotras también bebimos, nos piropearon, nos increparon, nos sedujeron, nos manosearon sin consentimiento en alguna que otra ocasión, pero algunas, por suerte, volvimos a casa y con el tiempo casi todo se olvida, para seguir con nuestras vidas de la forma más liviana, y quedarnos con lo bueno, que lo hubo, claro, como en todo, guardando en el recuerdo aquellas noches de resaca mortal, anécdotas y amores de verano. Dando gracias al cielo de que nunca acabáramos sometidas en un oscuro portal. Pudiste ser tú, que me lees o yo mientras te escribo, o tu hija o mi sobrina, porque esto nunca se acaba, porque esto es una lacra que lejos de desaparecer, se expande.

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