Análisis

Gumersindo Ruiz

Responsabilidad ante los conflictos

En artículos anteriores hemos visto cómo las diferencias dentro de la agricultura y ganadería hace que los problemas y capacidad de enfrentarlos sean muy distintos; y también la opinión de que agricultura y ganadería han de seguir el inevitable camino de la ecología. El Parlamento Europeo avanza, en una normativa que afecta a todos los sectores incluida la agricultura, los requisitos de información medioambiental y sociales en la cadena de valor de una empresa. Esto significa que una empresa de distribución alimenticia tendría que conocer si sus proveedores incurren en alguna mala práctica medioambiental o social, como puede ser una explotación agraria que acceda de forma ilegal al suministro de agua; o también, como ocurrió recientemente, si contrata personal temporal de forma irregular, aunque sea a través de una subcontrata; y ni que decir tiene, sobre la seguridad alimenticia de los productos que se adquieren. La información en la cadena de suministros se discute en la UE por la carga que supone para las empresas, pero al final se aprueba, aunque sea una versión menos exigente de lo que se pretendía y limitada a empresas grandes. Por otra parte, estas responsabilidades son aceptadas e incorporadas a las prácticas en otros sectores, por ejemplo, de la construcción, donde a nadie se le ocurre manifestarse por una normativa rigurosa. No se trata de suprimir una buena administración y controles necesarios, sino que las comunidades autónomas cuenten con una tecnología de información inteligente, para no importunar a agricultores y ganaderos que no tienen tiempo ni medios para cumplimentar formularios; de esto se habla mucho y se hace poco, y el alivio administrativo verdaderamente útil queda sólo en intenciones banales, comunicación poco fluida, y páginas web no amigables.

Esta semana hay que dedicar tiempo a meditar sobre el calvario de las gentes que sufren las guerras, sobre todo en las invasiones de Ucrania y Gaza, que vivimos más de cerca. Quizás la idea que surge con más claridad es la de unir esfuerzos para una paz, que aunque sea efímera ahorre sufrimiento. Son fuertes los argumentos para no ceder ante un personaje tan cruel y vanidoso como el pequeño Vladimir Putin, pero tras más de dos años de una guerra, ya mundial, a la que no se ve final, tiene que haber una iniciativa internacional para, de una forma discreta y persistente, llegar a un acuerdo que siempre será insatisfactorio, pero acuerdo al fin. En cuanto a Gaza, no se puede esperar a un cambio de intenciones de israelíes y palestinos aceptando su existencia mutua en el territorio –como con ingenuidad y verdad expone el siempre brillante Yuval Noah Harari–, pues a Benjamin Netanyahu sólo se le puede detener por la fuerza, imponiendo en la zona una protección y supervisión internacional durante tiempo indefinido. La resurrección es una esperanza necesaria, y aunque hay un domingo donde todo lo malo parece haber quedado atrás, el sufrimiento de cada día marca para siempre a las personas, y de ahí que el empeño en negociar alguna forma de paz, y mucho más evitar cualquier conflicto, aunque irrite porque es como doblegarse ante tiranos y nacionalistas, es actualmente la única guía política.

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