La ventana
Luis Carlos Peris
Callejeando en el vacío
Sólo la cogida y muerte de Manolete, ni siquiera la de Paquirri, tuvo el eco que ha tenido el sorprendente adiós de Morante. Ha sobrepasado todas las fronteras imaginables, acrecentado, claro, por ese tsunami de las redes sociales en el que cabe todo. Se ha convertido en un suceso para la historia, sobre todo por la sobredosis hiperbólica que lo ha inundado. El lugar, la hora y las circunstancias que lo han rodeado han contribuido sin duda a su repercusión y, desde luego, ha contribuido a que el orfebre cigarrero haya pasado a la historia como el adalid universal. Calificado casi con unanimidad como el mejor torero de la historia no seré yo el que contribuya a esa especie. Extrapolar la categoría de un torero fuera de las fronteras de su época es un canto a la subjetividad. Nada tiene que ver el toreo en la llamada Edad de Oro con el de ahora y son tantas sus edades que resulta complicada la comparación. Ahora bien, sí me creo en el derecho de afirmar que José Antonio Morante es el mejor que he visto. Amén.
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