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Análisis

pilar cernuda

Una muerte que obliga a reflexionar

Ha muerto a 50 metros de quienes habían sido algunos de sus mejores amigos, los diputados del PP, en un hotel en el que su hermana y su sobrino decidieron acompañarla la noche del martes porque no se encontraba bien.

Rita Barberá llevaba una losa insoportable a sus espaldas, ser acusada de corrupción y blanqueo de dinero. Decían en los pasillos del Supremo, tras su declaración del lunes, que existían muchas probabilidades de que se archivase su causa, no se podía demostrar que blanqueara 1.000 euros, que habría donado al partido a cambio de que se le devolvieran dos billetes de 500. Siempre reconoció la donación, jamás la devolución, y por tanto no habría blanqueo... por 1.000 euros, cuando en sus años de alcaldesa pasaron por sus manos decisiones que sumaban miles de millones. Se le podrá acusar de no ser sagaz para vigilar las cuentas, o de mirar para otro lado, pero nadie ha podido probar que delinquiera. Aunque, en este país en el que se dan tantos casos de actitud despreciable como el protagonizado por Podemos en el Congreso, también podríamos ver que algunos de los acusados del caso Taula vieran ahora la oportunidad de utilizar a Rita como excusa, ya que no puede defenderse.

Estaba mal, muy mal. Con depresión pero dispuesta a luchar por su inocencia. Pocos de sus antiguos compañeros la llamaban, aunque cogía el teléfono según su estado de ánimo. Pero no le faltaron los apoyos de Rajoy y Cospedal. Se equivocó al no renunciar a su escaño y reconocía esa equivocación que dañaba a su partido, pero alegaba que seguía el consejo de su abogado.

Ha muerto triste, muy sola políticamente y hundida. No se le concedió el derecho a la presunción de inocencia. La muerte le ha llegado prematuramente y a nadie se le escapa que en su infarto ha tenido mucho que ver su estado de ánimo. Descansará en paz después de meses de desafectos, acusaciones sin pruebas, turbulencias y agonía.

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