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Alarma social

El pacto social sobre la realidad se ha roto. Ahí se señorea ufana Doña Alarma Social. A ver quién le lleva la contraria

Si yo tuviera la habilidad de Lombilla pintaría una señora vestida de negro, con un bastón, pañolón en la cabeza y casi los ojos y rictus de amargura en los labios. Y la llamaría Doña Alarma Social. Una figura que, parece, ha tomado vida propia. Cada vez se la invoca más como si fuera un hecho en sí y no la consecuencia de algo. En nombre de la alarma social se piden cabezas, se ponen en cuestión leyes enteras, se invalidan valores antes consensuados, se sataniza lo que ayer fue bendito y sobre todo se expulsa del paraíso a quien la ha provocado.

¿Pero qué es antes el huevo o la gallina? (Nunca creí que llegaría a echar mano de aserto tan de casino y tan random). Supongo que he alcanzado un nivel de susceptibilidad, retorcimiento y tiros-dados que, sin ningún esfuerzo, me veo preguntándome si los que la mientan no son precisamente los que la crean. O sea que el alarmismo tiene en la citada alarma su razón de ser. Por supuesto que hay miedos e incertidumbres legítimos a los que no podemos cerrar los ojos por mucho que nos quiten la razón o, aún más desasosegante, la certeza de estar en el lado bueno del mundo. Pero de la misma manera que, según el cuento tradicional ruso, Pedro nombraba al lobo para sembrar el pánico, hay auténticos profesionales de la amenaza que, rizando el rizo, han encontrado ya un culpable tranquilizador: no soy yo quien alarma, solamente recojo el clamor de la alarma social. Por cierto, que el clamor popular, como figura, también ha sido muy socorrido a tal efecto, aunque haya pasado de moda, todo se transforma, todo fluye.

Si hacemos los deberes y confiamos en el rigor de la sociología y la demoscopia -cuando pretenden ser diagnósticos y no herramientas de propaganda- en efecto aparecen clásicos en el universo de la zozobra ciudadana. La salud, el empleo -propio o de los hijos- y más recientemente el agotamiento del planeta o la guerra. Son preocupaciones tan humanas que ni siquiera extraña que aparezcan incluso cuando los tiempos no son del todo malos. De los palabros técnicos de esas ciencias mi favorita es la "disonancia pragmática", esto es: percibir algo en general y hacer o vivir lo contrario en el plano personal. En las encuestas sobre consumo de televisión era gozoso cómo nadie reconocía ver programas que consideraban basura, pero a la vez estaban enterados de su contenido. Y todos veían documentales, aunque no recodaran cuál había sido el último. Hay una brecha entre lo que uno cree que debe opinar y sentir y lo que los hechos cotidianos le dicen y no resulta fácil mantener un equilibrio razonable. Una persona muy inteligente me dijo hace meses que el pacto social sobre la realidad se ha roto. Ahí en ese espejo fragmentado se señorea ufana Doña Alarma Social. A ver quién le lleva la contraria. Parece que su prima la Evidencia ni está ni se la quiere esperar.

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