La esquina
José Aguilar
Por qué Sánchez demora su caída
ANDRÉ Duval se nos ha ido con Tomás y Fernando Sanz, Eulogio de las Heras, Juan Beltrán Díaz, Pascual Lázaro o Lorenzo Blanco; con todos los grandes libreros de Sevilla que regentaron las librerías que llevaron sus nombres o que se llamaron Montparnasse, Atlántida e Internacional, en las que tantas horas pasamos ojeando, oliendo y acariciando aquellos libros tentadores que siempre eran más, muchísimos más, de los que podíamos comprarnos. Ninguna de estas librerías ha sobrevivido en esta ciudad apática y desmemoriada que es ya poco más que un nombre; o por decirlo con la odiosa y grosera expresión de moda, una marca. Una marca cutre.
Algunas, como Sanz, eran de 1880. Otras, como Eulogio de las Heras y Pascual Lázaro, a su antigüedad sumaban la belleza de sus fachadas y escaparates. ¡Y qué más da! Si a los sevillanos les importa un pimiento su historia, ¿por qué habría de importarle a las autoridades proteger sus huellas cotidianas? Murieron las librerías en casi todos los casos -una excepción fue Juan Beltrán Díaz, prematuramente fallecido- antes que los libreros que las regentaron. No se olvide que aquella Sevilla "oscura" de los años 60 tenía más librerías que la actual y 250.000 habitantes menos. Y que algunas de ellas, como la Montparnasse de André Duval, tenían un fondo de libros extranjeros hoy imposible de encontrarse en ninguna librería sevillana.
André llegó a Sevilla en 1964. Una ciudad casi aún no destruida por esa modernidad mal entendida que empezó a arrasar el centro histórico por los bloques de pisos de la calle Imagen y terminó de hacerlo allí mismo con las setas. En una entrevista le dijo a Alfredo Valenzuela, recordando la ciudad a la que llegó: "Sevilla me dio una impresión magnífica: era la Sevilla de antes". Es que era progresista, no progre. Y francés, no sevillano. Enamorado de la ciudad y de una alumna, el joven profesor de francés con un cierto aire a lo Mitterrand se quedó aquí ganándose la vida dando clases en academias. Desde 1968 pilotó la aventura de la librería Montparnasse de la calle Don Remondo, nacida gracias al impulso de algunos amigos, entre los que figuraban Felipe González y Luis Uruñuela, y a una lista de 120 "capitalistas" que con aportaciones a partir de 500 pesetas hicieron posible su apertura el año que para otros es el del mayo parisino y para mí es el de Hey Jude, Petulia y La mujer maldita. Sonarán mañana.
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