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Visto y Oído

francisco / andrés / gallardo

Aresu

CUANDO Sorpresa, sorpresa, bajaba una simple décima, ardía Troya. Soberbias de cuando el prime time era de reyes catódicos y había dinero de sobra. Todo eso en tiempos de Isabel Gemio y mucho antes del apócrifo perrito Ricky. Giorgio Aresu, director de aquella tómbola de anónimos desbordados en cataratas de lágirmas, ordenaba bucear en las cartas para hacer más espectáculo, si era necesario más morbo, para hacer del Sorpresa, sorpresa, el empacho visual y sentimental de cada semana que era. Tras la humedad dramática en el cristal había rugidos de Aresu y su cúpula. El italiano se había fogueado en Telecinco, descubrió a Penélope Cruz en La quinta marcha, y aprovechaba en Antena 3 toda su sapiencia y malaje acumulada de lustros en TVE, agotándose descoyuntado a las órdenes de Valerio Lázaro con el ballet Zoom. Con su rictus de pingüino era el mayordomo Ambrosio, becario de Gene Kelly, en La mansión de los Plaff, la casa del peluche más feo nunca visto, Patuchas.

Aresu fue cuñado de Ana Obregón y tras la infortunada temporada del falso perrito (que presentaba entonces Concha Velasco, no la Gemio) aprovechó para hacer las Américas y montó varios formatos musicales y talents shows facilones, muy del gusto mexicano y que haría las delicias de los directivos de Canal Sur.

Escondido en sus pelos lacios de panocha, durante el verano rescataron en La Sexta lo grabado en Eso lo hago yo, talent atropellado e insípido, fracasado antes de emitirse, donde Aresu destilaba su bilis de coach antipático con suma facilidad. Su actitud en lugar de despertar emoción, interés, en el espectador, causaba más bien rechazo. Es difícil hacer de Simón Cowell sin perecer en el intento. Nuestras privadas, quien sabe si incluso nuestras públicas, han tomado nota de lo acre que puede ser Ambrosio. En un mundo de plastificado buen rollito es capaz de volcar en un par de palabras un camión de col podrida. Aresu ha pinchado, pero este precursor de Risto reaparecerá en cualquier momento.

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