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La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Barcelona, Sevilla y la piña rota del 92

Hoy no nos cambiaríamos por ellos, que han perdido todo cuando ganaron con aquellos Juegos

Hace no mucho tiempo, con ocasión del 25 aniversario de la Exposición Universal, el comisario de los actos de la efemérides, Julio Cuesta, lamentaba que Sevilla no hubiera aprovechado su oportunidad como sí hizo Barcelona con los Juegos Olímpicos: "El principal error fue que no supimos hacer piña alrededor de la Exposición, a diferencia de Barcelona, donde sí la hicieron Pasqual Maragall y Jordi Pujol. Además, tuvimos que conformarnos con escuchar que Barcelona hizo la mejores Olimpiadas de la historia y nosotros hemos tardado mucho tiempo en decir que hicimos, con diferencia, la mejor exposición universal. Eso tiene mucho que ver con nuestra idiosincrasia. Siempre hemos sido un pueblo de productores, de trabajadores, y no de comerciantes". Viendo las imágenes de las turbas nocturnas, esas fogatas de los vándalos que han sustituido definitivamente el recuerdo de la llama olímpica, la suspensión de las reservas hoteleras que han dado al traste con aquel espíritu cosmopolita de los días de esplendor de atletas por la villa, uno tiene claro que ya no tenemos que envidiar nada de la piña barcelonesa. Vamos, que no tenemos que sentir complejo alguno. Ellos solos se han cargado su mejor patrimonio con tal de tapar la Cueva de Pujol y los 40 ladrones, ellos han reventado esa piña, el patrimonio material e inmaterial de la región llamada a ser motor de España y gran beneficiada de España. Ellos han preferido dar una imagen de pueblo intolerante, sectario y prepotente con la inestimable ayuda de un Estado que ha hecho dejación de funciones y que ha dejado tirados a los españoles de pro que resisten en Cataluña como un día dejamos abandonados a los saharauis y arriamos la bandera. La piña catalana se ha roto, don Julio. Hoy no nos cambiaríamos por ellos. A pesar de todos nuestros lastres, quién nos iba a decir que no tendríamos nada que envidiar de la gran Barcelona que un día disfrutamos. Cuanto ellos han reventado se tarda mucho en reconstruir. Mejor quedarnos en nuestra pacífica indolencia, paseando entre el firme de losas rotas del Paseo Juan Carlos I, mantener una Isla de la Cartuja hasta la corcha de empresas pero sin vida después de las ocho de la tarde, perdernos en debates intrascendentes más allá de las fronteras locales, y ser felices como el pueblo que ignora su historia y no tiene un concepto de futuro más allá de la mañana siguiente. Aquí no vendrán muchas empresas, pero tampoco huyen. Fogatas tenemos las de siempre, pero en el Polígono Sur. La última carga policial fue en la calle San Fernando a cargo de los grises. Nunca tuvimos piña, pero tenemos paz, ese valor supremo que sólo se echa en falta cuando se pierde.

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