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Boris nos da jaque al rey

El turismo interior no compensa el daño en una industria principal, y volátil

Este verano del infausto 2020 parecía abocado a ser el del récord histórico de familias rodríguez por la penuria de los hogares. Y va ser que no. Está siendo que no. Una incursión en una playa de las que llamamos, precisamente, "familiar" me ha hecho experimentar en mis propias carnes blancas que los chiringuitos, las panaderías, las gasolineras de pueblo de costa y las caravanas en la autovía son animales inmunes: prueben a alquilar algo en falsete por internet. Aunque algunos osados han cogido aviones al extranjero, el turismo interior no da muestra alguna de flaqueza: a veranear, a veranear, que el mundo se va a acabar. Esto es bueno para la economía doméstica (no la de las familias, sino la nacional): los dineros que no salen de nuestras fronteras se gastan aquí. De la otra parte, las exportaciones que consisten en recibir turistas foráneos han caído en picado.

La jugada de Boris Johnson que penaliza con la amenaza de tener que confinarse a la vuelta a las Islas a aquellos británicos que vengan a España -una fuente principal de nuestra economía- ha llenado las playas y cottages del ya ex socio comunitario, y ha vaciado penosamente las que nosotros les ofrecemos tradicionalmente para ponerse morados de pirriaque a buen precio y rojas como gambas cocidas sus espaldas y empeines. Hay fotos que atestiguan que la orilla del mar en Brighton está más repleta que la de Chipiona, y mucho más desordenada, sin temor alguno por parte de los hijos de la Gran Bretaña a un rebrote del coronavirus. La Policía de allí no da abasto para contener las fiestas espontáneas y etílicas que sustituyen a las que montaban de forma mucho más barata en Magaluf o El Arenal -paraísos baleares del balconing y la melopea- o la Costa del Sol, magnífica oferta turística de la relación calidad precio para ese filón turístico, de pronto fulminado. La pandemia se ha convertido en un mecanismo de política económica nacional, y también de manejo de la balanza comercial de los países. Quién nos lo iba a decir.

El turismo interior español, sin embargo, no compensa la pérdida de divisas y dinero exterior -la libra, los euros alemanes- por la penuria de una industria de servicio puro que, ¡ay!, es uno de nuestros principales sectores de actividad, si no el mayor. Su estimación porcentual en el PIB, alrededor del 15%, no es tan clara como la de la industria de automoción, otro ¡ay!, o la construcción, una vieja gallina de los huevos de oro, cuyo aporte a nuestra economía es parejo al del turismo. Vacuna, ven ya. Por favor. Que se nos atraganta la media ración.

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