¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Bostezos en la Magdalena

No hay nada en la nueva plaza, ni modernidad ni tradición. Nada. Sólo somnolencia funcionarial

La remodelación de la Plaza de la Magdalena no es ni fea ni bonita, es una intervención mediocre que a nadie puede espantar y mucho menos entusiasmar. En resumen, estamos ante una mera ampliación del hall del hotel de cinco estrellas que es el nuevo señor de la plaza. No hay duda de que se ha puesto el espacio público al servicio de un negocio privado acogiéndose a la famosa enmienda de "o turismo o paro". Espadas, que anda estos días rojeando por las carreteras, presumiendo de izquierdista ante las bases socialistas, a la hora de la verdad le ha puesto una alfombra colorada al capitalismo hotelero. El lugar, ya de por sí muy degradado desde hace décadas, ha perdido definitivamente los rasgos de plaza de salón que le quedaban, pero tampoco es para abrirse las venas. Mucho peor fueron la Alameda y la Avenida de la Constitución. El nuevo hotel ni siquiera ha respetado la fachada del edificio italianizante de la esquina Rioja-Magdalena. No era ningún Palacio de Aranjuez, pero tenía su gracia con su juego de ladrillos y sillares. Estos pequeños detalles son los que hacen ciudad. A mí, con cierta novelería, me recordaba a Bolonia.

El problema de la nueva Plaza de la Magdalena, decíamos, no es que sea bonita o fea. Es la absoluta indiferencia y pereza con la que se ha actuado. Uno casi puede escuchar los bostezos de los técnicos de Urbanismo que la han diseñado. Nada hay en la plaza, ni modernidad ni tradición. Nada. Sólo desgana y prisas por resolver cuanto antes para entregarle las llaves al director del hotel. Losas de granito, parterre para los naranjos y magnolios (al menos se han respetado los árboles) y un problema menos. Ni un mínimo guiño a las tradiciones urbanísticas de la ciudad, ni una mínima apuesta por los lenguajes contemporáneos. Sólo somnolencia funcionarial.

Pasear por una ciudad debe ser un ejercicio contradictorio de cotidianidad y sorpresa. Es deseable que la urbe tenga un estilo homogéneo y reconocible, pero también que esté pautada por espacios que sorprendan, plazas y parques en los que el peatón sienta una mezcla de familiaridad y fascinación. En la nueva Magdalena no hay ni lo uno ni lo otro. El único que se puede sentir cómodo allí es un alto ejecutivo con el gusto deformado por los aeropuertos internacionales. Uno de esos que ni mirará la plaza mientras espera indiferente el taxi.

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